domingo, 5 de enero de 2014

Pepín y Lola van a la cabalgata de los Reyes Magos


Vamos a llevar a los yayos a la “cagalbata” de los Reyes.
Nosotros no queremos ir porque es de mentiras.
-Los Reyes no pueden estar en todos los sitios a la vez, así que mientras los de verdad van repartiendo juguetes, en cada pueblo ponen unos de mentirijillas para hacer la fiesta y que les haga ilusión a los niños.
-Sí, mamá, pero es que a nosotros no nos hace ilusión ver a Paco, el de la panadería, con una barba de los chinos  subido en el tractor, es que no mola.
Lola tampoco quiere ir, la he prometido  mil  partidas a las cartas de Pokemon si dice que prefiere quedarse, da igual mil que dos mil porque solo sabe contar hasta tres, pero ni por esas, no hay manera, los yayos  dicen que  no se pueden perder las “traiciones”, que  las cosas “traicionales” son importantes.
Este año papá no viene, qué morro.
Y allí está Paco, sentado en un trono que es una silla forrada de Albal, con un anuncio  arriba que pone :  “ Pan - panitos  verdes y Pan – deretas,  déjate de Pan – plinas y come Pan estas fiestas. Panadería  Paco – Merte”.
El otro rey es el padre de uno que vino nuevo al colegio este año, se baja  a saludar a los niños, y Lola , que siempre quiere hacerse la graciosa, le tira de la barba, pero es de verdad y el rey casi llora, menos mal que como llora en extranjero no podemos entender lo que dice.
Al negro no le conozco, me suena la cara, pero no sé quién es.
Empiezan a tirar caramelos de unas bolsas enormes que llevan a su lado y entonces ocurre algo que es como magia.
Los yayos salen como si fuesen supermanes y se ponen a coger caramelos del suelo, pero no solo nuestros yayos, también los de los otros niños, a lo mejor ocurre en todo el planeta, no lo sé.
Es como si los Reyes les pusiesen otra vez de jóvenes porque no les duele la espalda, ni las piernas, ni nada. Se dan empujones y todo, no queda en el suelo ni un caramelo.
El negro nos mira y nos tira dos o tres puñados seguidos. Yo no cojo ninguno porque ni siquiera llegan al suelo, y como se da cuenta, me tira otros cuantos solo para mí.
¡Ostras! A ver si han mandado al negro de verdad. Se me pone la carne de gallina solo de pensarlo. Me quedo paralizado, no me quita ojo.
-¡Vamos, Pepín, espabila!- me dice la yaya- coge caramelos, hombre, no te quedes ahí pasmado.
Paso de los caramelos, yo sigo flipando con el negro  que no deja de mirarme, me dan ganas de gritarle que me traiga este año la Play 4, la PS vita, la Wii, la Xbox y que  no se moleste con la ropa, que ya tengo mucha, pero no me atrevo porque  hay mucha gente.
Me saluda con la mano, qué majo es este negro, yo que siempre había sido de Gaspar, me cambio  de rey ahora mismo. Menuda emoción, casi se me saltan las lágrimas. Estoy casi seguro de que es el verdadero. Me vuelve a saludar, qué nervios.

Lola también le saluda:
-¡Hola, papi! “Tás mu bonito”.
A ver, que yo también le he reconocido desde el principio, pero no he querido decir nada para  no desilusionar a mi hermana.
Quiero irme a casa.
-¡Qué bien lo habéis pasado, eh!- dice el yayo- ¿Ves, tontín? Y no querías venir.
Llevamos dos sacos de caramelos que no comeremos nunca: nosotros, para que no se nos caigan los dientes, y los yayos, porque ya se les han caído.
No entiendo nada, la verdad.



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