lunes, 28 de septiembre de 2009

OTOÑO

Por fin llegó el otoño. No sé lo que tiene esta estación para mí, pero es en la que más cómoda me siento de todo el año. Ya sé que es la antesala del largo y frío invierno de León, pero la disfruto mientras dura, ese tiempo que pasa desde que todo está en permanente cambio de color hasta que los árboles parecen percheros vacíos. Sé que no es frecuente porque normalmente a todo el mundo le gusta más el verano, el calor, las largas tardes de sol y playa, pero bueno, de todo tiene que haber, y a mí me gusta la lluvia, el suelo del parque lleno de hojas coloraditas y las castañas asadas. Al fin y al cabo, hay año para todo.
Yo celebro el otoño con un cuentecito de aquellos que escribí hace varios años y que mi hijo mayor, con sus seis añitos, me ayudaba a ilustrar.

EL ESPANTANIEVES

En aquel sembrado de trigo era imposible recoger ninguna cosecha, pues los pájaros se lo comían todo, así que su dueño decidió que tenía que hacer algo que ahuyentase las aves de su terreno y con ayuda de sus hijos pequeños, fabricó un espantapájaros hecho de paja, con un sombrero medio roto y un traje de tela de saco.
Para hacerlo más real, los chiquillos le pusieron unos botones a modo de ojos y boca, parecía un señor de verdad, con los brazos abiertos en medio del campo.
Aquel año la cosecha fue buena, los pajaritos, asustados por la novedad del muñeco, no se acercaron por allí, con lo cual el labrador quedó muy contento, y el espantapájaros con su corazón de paja seca, se sentía muy orgulloso de haber hecho bien su trabajo, aunque un poco solo, porque estar allí todo el día (y la noche), sin amigos, era bastante aburrido, la verdad.
Cuando llegó el invierno y la nieve se hizo presente, nuestro amigo se sentía tan mojado y tan inútil que empezó a preguntarse para qué tenía que seguir allí, si estaba claro que ya no hacía falta y con aquel frio ya nadie se acordaba de él.
Un día, los hijos del labrador se acercaron allí y comenzaron a jugar con la nieve que había caído durante toda la noche. Hicieron primero una gran bola blanca sobre la que pusieron una más pequeña en la que colocaron una zanahoria y dos castañas como si fuesen los ojos y la nariz de una cara redonda. Luego, con un dedo, dibujaron una sonrisa en aquella cara de nieve, y el mayor de los chicos se quitó su gorro y su bufanda y se los puso a aquello que cada vez iba tomando más forma de muñeco.
¡Claro! ¡Era un muñeco de nieve! ¿Cómo no se había dado cuenta antes? Ahora tenía un compañero, un amigo a su lado, alguien con quién pasar aquellas larguísimas noches del invierno en las que el frío y la lluvia humedecían su paja hasta dejarlo casi deshecho.
Al espantapájaros le sorprendía ver cómo su amigo de nieve soportaba el frío y las heladas sin que la sonrisa se borrase de su cara mientras él, tiritaba sin parar mirando al cielo para ver cuando salía el sol dorado que secase su cuerpo y le devolviese el calor que necesitaba.
Cuando las nieves fueron dejando de caer y la temperatura subía poco a poco, el espantapájaros miró a su lado y en vez de encontrarse a su amigo, sólo pudo ver un enorme charco en el que nadaba el sombrero, la bufanda, la zanahoria y todo lo que había sido un feliz muñeco de nieve.
Al mismo tiempo, su cuerpo comenzaba a sentirse mejor, el traje de tela de saco se iba secando y los pajarillos volvían a acercarse para después salir volando asustados.
Esta historia se repetía cada año. Cuando el invierno llegaba y el espantapájaros empezaba a encontrarse mal, los niños levantaban de nuevo el muñeco de nieve que disfrutaba del frío y de las bajísimas temperaturas y cuando el calor derretía a su amigo, era cuando él lograba que su cuerpo de estirase de nuevo al secarse bajo el sol.
-¡Anda! –dijo uno de los niños del labrador que se acercaron por el campo a jugar un rato- ¡Pero si hoy no están ni el muñeco de nieve ni el espantapájaros! ¿Qué ha pasado aquí?

-¡Mira lo que hay aquí!-dijo el otro de los hermanos- Esto es el sombrero del muñeco de nieve, con todo lo que le habíamos puesto. Se ha deshecho por el calor, como todos los años, pero es que está aquí también el traje del espantapájaros, mira, está aquí todo junto. ¿Qué raro, no?

Los niños se quedaron mirando el montón de paja, agua y tela de saco que había en el suelo, que no era más que dos amigos que habían decidido estar juntos para siempre.

-Es como si se hubiera convertido en un “espantanieves”, porque tiene un poco de cada uno ¿no?

-Sí, eso parece, que aunque a uno le gustaba el frío y a otro el calor, han decidido estar juntos como dos buenos amigos.

Y así se termina la historia, comprendiendo que no a todos nos pueden gustar las mismas cosas, pero a pesar de ello podemos ser buenos amigos.


Un beso grande,
un beso de cuento,
para soñar dormidos,
para soñar despiertos.

1 comentario:

  1. Una bonita historia. Así de sencilla,y en pocas palabras....una gran historia de amistad.Un pequeño cuento, que en estos tiempos, viene muy a cuento. Porque es cierto, que no a todos nos gustan las mismas cosas y esa no es razón para no disfrutar de los juegos compartidos entre buenos amigos, aprendiendo a respetar los gustos y aficiones de los demás.
    Gracias Beatriz por volver en esta preciosa estación del otoño. Comparto "tu gusto" por esta época del año, sin duda una de las más bellas "plañsticamente" hablando para los cinco sentidos y uno más(cada cuñal que adivine el suyo)
    Un cálido abrazo de papel con las tonalidades marroens, doradas, cobrizas, anaranjadas.....del otoño.

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