Parco en palabras, el director de “La última noche” era escueto y no se andaba con rodeos para decir las cosas. Me dejó claro que mi turno era de doce de la noche a ocho de la mañana, y cuando le pregunté a qué hora podía parar para comer el bocadillo, me dirigió una mirada asesina, y es que en un tanatorio, las miradas o son asesinas o son matadoras, claro.
Se despidió de mi padre dando por hecho que se tenía que ir, y mientras yo trataba de que no se me cayesen un par de lagrimones por la cara ante la idea de quedarme con aquel desaprensivo, mi padre nos dijo adiós desde la puerta y ya no le volví a ver más (en esa noche, quiero decir).
-Le voy a enseñar las dependencias- me dijo el “amargao”.
Al decir eso de “las dependencias”, pensé que serían los vicios que tenían allí, o sea, que unos dependen de una cosa y otros de otra, es normal, el personal de esos sitios tampoco va a ser perfecto y en algo tienen que pasar el rato, porque o la “movida” empezaba más tarde, o no prometía haber mucho “ambientazo” que digamos.
-Tenemos cinco salas- empezó a decir mientras avanzábamos por un largo pasillo- todas ellas con las mejores condiciones de comodidad y amplitud.
En aquel pasillo reinaba el más absoluto de los silencios, y la iluminación era muy suave, yo hubiera preferido unos focos de colores y una bola de espejos dando vueltas en el techo, pero claro, en sitios así hay que guardar las formas.
Al lado izquierdo del pasillo, se situaban las salas a las que el director se refería, cada una de ellas tenía en la puerta un cartelito iluminado por un pequeño foco, en el que figuraba un nombre.
-Como puede ver, cuidamos los detalles de forma que todo esté en perfecta armonía con nuestro entorno.
Y en eso sí que tenía razón, porque no podía estar todo más a tono.
En la puerta de la primera sala lucía el nombre de “La alegría de vivir”, el segundo “Criando malvas”, después venía “No somos nada”, le seguía “A mejor vida”, y por último “El otro barrio”.
No era mala idea lo de haber instalado minicines en un tanatorio, y así se lo hice saber al director, pero según se lo dije se paró en seco y me miró con una cara que si las miradas matasen, no había quedado de mí ni la pistola de juguete.
-¿Ah, pero no son minicines?- pregunté intuyendo que acababa de meter la pata a base de bien.
En vez de contestarme lo que hizo fue abrir una de las puertas de aquellas salas y hacerme pasar para que comprobase yo mismo que allí dentro no se estaba proyectando ninguna película. No había hecho falta tanto realismo, con haberme dicho que eran las salas en las que estaban los “fiambres”, hubiera sido suficiente, caramba, que yo no estoy para llevarme sobresaltos así.
En el lugar en el que hubiera debido estar una gran pantalla, si aquello hubiera sido un cine, que ya digo que no, lo que había era una enorme cristalera, como un escaparate detrás de la cual reposaba un señor dentro de su correspondiente caja.
-¡Está muerto!- le dije presa del pánico.
-No- dijo el director con aquella cara de estreñido que tenía- Si le parece a usted les metemos ahí vivos, por gastar una broma a la familia.
-Pero le han dejado solo, quiero decir... ¿dónde están los familiares, los amigos?
Reconozco que estaba muerto de miedo, bueno, mucho menos muerto que el de la caja, desde luego. Una cosa es que te digan que vas a ir a trabajar a un tanatorio y otra muy distinta ver allí a los clientes de cuerpo presente.
-No señor-dijo el director-no han dejado solos a ninguno de ellos, les han dejado... con usted.
El dichoso tipo era gracioso, a pesar de parecer tan seco sabía hacer chistes y encima parecer que hablaba en serio, mira que decirme que aquellos muertos se iban a quedar conmigo...
-Me da la impresión de que usted no sabe cuál es el funcionamiento de este centro.
Como vio que yo no era capaz de articular ni una palabra, siguió hablando él sólo.
-Señor mío, aquí se cierra al público a las doce de la noche, y no queda nadie más que los difuntos, y, evidentemente, usted.
-Pero ¿y el resto del personal? Quiero decir, los otros guardias de seguridad, los empleados de la cafetería, las señoras de la limpieza.... ¿dónde están?
-Están en sus casas, como usted comprenderá, para el trabajo que le van a dar los difuntos, con una persona que se quede aquí es más que suficiente.
-Entonces ¿vamos a pasar la noche aquí usted y yo con todos los muertos?
Y dándome una palmadita en el hombro, esbozó la primera y última de sus sonrisas y me dijo:
-No amigo, no. Usted y yo no, porque yo me voy de aquí ahora mismo.
Sentí como un vahído que me entraba por la cabeza y me salía por los pies pasando por todos los órganos y organillos de mi cuerpo y que me dejó con un tembleque que parecía que estaba bailando la lambada.
Cuando logré recuperarme y pensar por unos segundos cuál era mi papel allí, hice lo que a mí me gusta hacer en estos casos: plantearme las cosas con tranquilidad y afrontar la situación con la madurez que me caracteriza. Vamos, que empecé a correr en dirección a la puerta de salida, pero el muy asqueroso la había cerrado con llave, se ve que mi aspecto de Madelman de Seguridad, no le había impresionado.
-¡Me quiero ir a mi casa!- le grité en la cara para que no le quedase duda de mis intenciones- ¡Nadie puede obligarme a estar aquí! Renuncio a este trabajo, se acabó, ya no lo quiero, yo me voy.
Y allí donde se le veía al tío, tan poquita cosa, tan delgaducho, y tan blanco, me agarró por la solapa de la chaqueta y casi me ahoga mientras, mirándome fijamente a los ojos, me decía como si quisiera hipnotizarme:
-Escúchame gallina, porque sólo te lo voy a decir una vez: mañana por la mañana hablas con tu empresa y que hagan con tu puesto lo que quieran, pero esta noche necesito aquí un guarda de seguridad y ese vas a ser tú porque de lo contrario la noche de mañana la vas a pasar aquí pero dentro de una de esas cajas. ¿Está claro?
Le dije que sí con la cabeza, porque con la boca no podía, no me salía la voz.
Mientras yo me colocaba el uniforme, por hacer algo, él seguía hablando y mirándome con aquellos ojos saltones de cordero degollado que tenía y que no apartaba de los míos, como si creyera que iba a meterme miedo, algo que era imposible, porque más miedo del que tenía, ya no se podía tener.
-No sé si te lo han comentado ya, pero llevamos una semana en la que hemos tenido varios robos por la noche en las dependencias del centro. Sí, por extraño que parezca, se trata de una banda que se dedica a asaltar a los cadáveres y les despojan de todo aquello de valor que la familia les deja, lo mismo anillos, que pulseras, incluso les arrancan los dientes de oro, y lo que quiero es poner fin a estos sucesos que están dañando la reputación del centro. Y esta va a ser la noche en la que tu presencia aquí va a hacer que esta situación llegue a su fin. ¿Entendido?
Para estas alturas yo ya tenía mis atributos masculinos de corbata, no me importa decirlo, no es que tuviese miedo, eso es poco, estaba que me caía, pero no era para menos, hombre, si querían que por el mismo precio les cuidase del recinto y encima hiciera de detective privado, que hubieran llamado al “James Bon”, no te fastidia.
-A las seis de la mañana estaré aquí, sólo son seis horas, pero de ellas depende tu futuro, gordito, tenlo bien claro. En cada una de las salas tienes un muerto, te aseguro que yo me les sé de memoria a cada uno de ellos, como por la mañana vea que les falta el mínimo detalle, que has permitido que a pesar de tu presencia se haya producido el menor de los robos en alguno de ellos, puedes considerarte ya cadáver, no me cuesta nada, la muerte para mí, es un negocio, y ningún ladrón de poca monta me lo va a estropear ¿verdad, gordito?
No me dejó contestarle, se dio media vuelta y salió del edificio limpiamente, sin un ruido, sin dejarme ni siquiera el derecho de réplica, y allí me quedaba yo, con cinco muertos como cinco soles, a los que no conocía de nada, y con los que tenía que pasar seis horas a solas.
¿A solas? Si por lo menos hubiera sido a solas...
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