lunes, 13 de abril de 2009

Por entregas...

Se me ha ocurrido la feliz idea de poner durante algunos días unas páginas de un relato de humor que escribí hace algún tiempo. Al fin y al cabo, las novelas por entregas causaron furor en los lectores , e incluso en los oyentes, con aquellos seriales radiofónicos que escuchaban nuestras madres y a los que yo todavía llegué, (“¡Lucecitaaaaaaa!”)es lo que tiene haber nacido en el sesenta y dos (se entiende, en mil novecientos sesenta y dos, después de Cristo, no antes, como creen mis hijos…).
Pues eso, que ahí va la primera entrega. El relato largo o novela corta ( a gusto del consumidor) se titula “Un sitio tranquilo”. Si consigo entretener un poquito el rato muerto de alguien, será estupendo. Si además logro arrancar una sonrisa, será un premio especial en los tiempos que corren.

UN SITIO TRANQUILO

Todavía no tengo cuarenta años, me falta un mes para cumplirlos, y mis padres ya quieren que trabaje.
Es duro, lo sé, es una situación que nunca hubiera imaginado, después de tanto tiempo como llevo en casa con ellos, de haberles dedicado mis mejores años permitiendo que me cuidasen y me mimasen como al hijo único que soy, me han salido hace una temporada con la milonga de que tengo que ponerme a trabajar para que pueda ganarme la vida el día que ellos falten.
Como lo cuento, así me lo dijeron, y me da toda la impresión de que, a pesar de alguna experiencia negativa que he tenido y que voy a relatar a continuación, el tema no se les va a olvidar, porque mi padre se pasa el día aprendiéndose de memoria los anuncios del periódico y llamando a todos los sitios donde necesitan a alguien, menos mal que cuando les dice la edad que tengo, ya no les interesa, normal, como que no son años para ponerse a trabajar, demasiado pronto, eso lo ve cualquiera.
No quiero quitarles la ilusión, pero no creo que encuentren nada interesante, les he oído decir a mis amigos que lo del trabajo está fatal, así que, buenas ganas de discutir...
Que nadie se piense que yo soy un vago, de eso nada, si estoy en casa es porque no quiero que mis padres sufran por mi ausencia. ¿Qué iba a hacer mi madre si no tuviera que lavar y planchar mi ropa? ¿Cómo serían sus mañanas si no se ocupase de hacerme la comida y limpiar mi cuarto?
Hay que tener un poco de delicadeza y pensar en los progenitores, yo no quiero que terminen por ahí, en cualquier hotel de la costa bailando como posesos o jugando al bingo para poder gastarse el dinero, cuando ese dinero me lo puedo gastar yo tranquilamente. La dignidad que no falte.
Y justo cuando mejor estaba yo, cuando más a gusto me encontraba conmigo mismo, que no tenía ni una discusión porque estoy de acuerdo con todo lo que pienso, me hacen sufrir este shock, esta terrible impresión queriendo que me gane la vida por mis propios medios. Pero ¿para qué? Si mientras estén ellos no me falta de nada y cuando palmen voy a heredar lo que tengan... Dice mi padre que es para que “sepa lo que es bueno”, pobre hombre, está muy mayor ya y no sabe lo que dice…pero si yo ya sé lo que es bueno, y por eso no quiero cambiar, porque lo bueno era la vida que yo llevaba, y de la que sólo merecía la pena salir, para saber lo que es mejor todavía.
No sé a qué pude deberse esta manía persecutoria que les ha entrado, que ayer querían que me presentase a una entrevista para conducir un camión en una obra y hoy me saltan con eso de que “se necesita palista retroexcavador”, pero bueno, si lo que quieren es acabar conmigo para que no herede, que me lo digan claramente, y si no, que me dejen en paz, que yo vivo muy a gusto y no me meto con nadie. Mi lema es “vive de los padres hasta que puedas vivir de los hijos”, y como hijos no tengo porque me da una pereza tremenda el simple hecho de pensarlo, tendrán que mantenerme mis padres, y si no, que no me hubieran tenido, que yo no pedí venir a este mundo, hombre, que hay que ser un poquito responsables.

Pero no ha habido forma de convencer a mi padre, el hombre está chapado a la antigua y se pone malísimo cuando me encuentra tumbado en el sofá rodeado de latas de cerveza, y no lo entiendo, porque yo no me meto con él cuando se va a arrancar patatas a la huerta, ni me cruzo en su camino cuando le veo con la azada al hombro para ir a cavar o a cultivar algo verde, que no sé ni lo que es, porque esa es otra, el trabajo que me costó hacerles entender que la huerta no está hecha para mí, que cada vez que voy me pican los mosquitos, me mancho los zapatos y me resulta muy duro ver a mi padre doblando el espinazo de aquella manera, que por muy fuerte que parezca, yo también tengo mi corazoncito, y no, prefiero no ir, porque para ver sufrir a un ser querido es mejor quedarse en casa viendo una película de risa y dándole a mi madre un motivo de alegría porque cada vez que le pido que me haga un par de huevos, me dice toda risueña: “Pa güevos los tuyos hijo mío, pa güevos los tuyos”, y se la ve de un orgulloso…
Pero con el tema del trabajo no hubo forma de calmarles, se pusieron cansinos los dos, mi padre sobre todo, que tuvo el valor de amenazarme con que iban a dejar de darme de comer, que como yo le dije: “no vayas por ahí porque eso son malos tratos y te puedo meter palante”, y algo sí que se acojonó, pero se ve que no fue lo bastante, porque al rato ya estaba otra vez con la cantinela, y no paró hasta que me vino con un contrato en la mano, todo feliz porque me había conseguido un buen puesto.
Pero vamos a ver ¿qué entienden estos mayores por un buen puesto? ¿Dónde estaban ellos cuando Coco explicaba en Barrio Sésamo la diferencia entre “bueno” y “malo”? Claro, trabajando en la huerta, como siempre.
¡Dios mío, cuanto daño ha hecho la agricultura en este país!

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Un mes ha pasado desde que se les metió esa idea entre las orejas, un mes, y ya he pasado por tres sitios en los que me he presentado con la mejor voluntad del mundo, pero no me han cogido, no es culpa mía.
En el primero de ellos, me hicieron un contrato de tres meses a prueba, me sobraron tres meses menos dos horas, que fue exactamente lo que tardé en salir de allí despavorido cuando me dijeron que lo que tenía que hacer era despiezar pollos. Al principio no me asusté mucho porque pensé que mi labor consistiría en apretar algún botón para que la máquina se encargase de hacer el resto, pero no, pretendían que lo hiciese yo, con mis manos. Fue una experiencia terrible que pudo causarme un grave problema psicológico y dejarme traumas para cuando sea mayor, porque lo que no se puede hacer es enseñarte a querer a los animales y luego pretender que conviertas un pollo en dos muslos y unas pechugas, eso tendrán que mirarlo, no sé a qué demonios se dedican los políticos, de verdad, ya que les pagamos con nuestro dinero, que se lo curren un poquito, joer.
Le insistí a mi padre en que no siguiese por ese camino, que no me buscase trabajos de aquel tipo porque no se ajustaban a mi perfil, o incluso que no me buscase más trabajos ni de aquel tipo, ni de otros, pero él no se conmovió, es un hombre muy testarudo y de ideas fijas, por lo cual, a los tres días me arrastró a un taller mecánico de automóviles.
Yo de mecánica no entiendo nada, no he cogido un destornillador en mi vida, porque me da miedo hacerme daño, pero de nuevo pensé que mi padre querría lo mejor para mí, y por eso le acompañé al taller. Nos llevaron por un pasillo bastante largo, yo creía que para enseñarnos mi despacho, pero no, el pasillo conducía a un gran almacén donde otros hombres desmontaban coches y les hurgaban en las tripas como si les estuvieran operando, incluso escurrían chorritos de líquido por los laterales como si fuese sangre.
Según soy yo para esas cosas, enseguida vi que aquel no era lugar para mí, da igual que mi padre me explicase que no era sangre si no gasolina, ni hablar, no pretenderían que yo me metiese dentro de uno de aquellos horribles monos y anduviese todo el día con las manos manchadas de negro, que no hombre, que no, que para eso prefiero seguir tumbado en el sofá…
Esta generación mía hemos tenido que cargar toda la vida con tener unos padres de la posguerra, y eso quieras o no, marca lo suyo, porque son gente muy testaruda, con unas ideas ahí metidas a presión, obsesionados con que hay que trabajar, y dale que te pego con lo de ganarse la vida y todo eso. Se ve que tienen miedo de que venga otra guerra y se vuelvan a ver con necesidades o yo qué sé, pero vamos, que como yo les digo, que los hijos no tenemos la culpa de que Franco saliera elegido, que no le hubieran votado ellos ¿no?
El tercer sitio donde me llevó mi padre es el que más huella me ha dejado. En principio, la oferta no era mala, me daban un sueldo fijo, un uniforme, dos días de descanso a la semana, y lo que más me gustaba, un arma.
Lo del arma da mucha importancia, parece que no, pero cuando estás entre los amigos y les dices que vas a tener arma, te miran de otra manera, así que, de nuevo le acompañé a ver si esta vez había más suerte, porque además, me dijo que era un sitio tranquilo, muy tranquilo...

1 comentario:

  1. SOLO HE LEIDO LA MITAD Y YA ME ESTOY PARTIENDO DE RISA. Pero hija, ¡¡qué talentazo para esto de contar las cosas, simpre sacándole el punto satírico-divertido!!! Mañana sigo que hoy es tarde. Además, que me lo voy a imprimir, porque esto de leer delante de una pantalla no ve deja disfrutar de la tarea.
    Un cálido abrazo "de papel" y sigue con esta buena idea.

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