miércoles, 15 de abril de 2009

Un sitio tranquilo (2)

“Segurata”, mi padre me colocó de “segurata”, en una empresa de esas que se dedica a poner guardas de seguridad por todos los sitios.
Yo estaba impresionante con aquel uniforme que tuvieron que hacerme a medida, porque los otros “seguratas”que habían tenido antes debían de estar todos muertos de hambre, y cuando llegué yo, con mis ciento treinta kilos en canal, no tenían donde meterlos.
No es que me hiciera ninguna gracia, porque la ilusión de mi vida era no trabajar ni de eso ni de nada, pero si no quedaba más remedio que mentalizarse, lo de ir por ahí con un trajecito a medida y una “pipa” en el bolso, no estaba mal del todo.
Presumí con mis amigos lo que me dio la gana, porque son todos unos “mataos” que no han visto un arma ni en las películas de “Jon Vaine”. Anda que no se les quedó cara de “pasmaos” ni nada cuando se lo dije. Y es que son mis amigos, pero toda la vida me han tenido una envidia muy mala, porque ellos ya están hartos de trabajar y les ha jorobado que yo haya vivido como un señor.
Se partían el culo de risa cuando les dije que iba a ir de “madero”, porque guarda de seguridad es casi como policía, eso está claro, pero cuando les conté que me daban arma reglamentaria, se les quedó la boca abierta.
Me faltaba saber el destino que me darían, pero mi padre, que tenía muchos amigos en esa empresa (y digo que les tenía, porque ya han dejado de serlo), les dijo que me diesen un lugar sin muchas complicaciones, algo relajado, ya se sabe, porque tampoco es de buen gusto llegar y empezar a detener gente el primer día, por mí no había problema porque yo soy un tipo que los tengo bien puestos, pero lo hacía por la gente, hombre, por no llamar la atención desde el principio, porque me conozco y sé que yo cuando me tomo algo en serio...me lo tomo de verdad, y llegar a la comisaría o a donde fuese dando la nota, venga a arrestar chorizos y a leerles sus derechos y todo eso, tampoco está bien.
Mi madre insistió en que no me mandasen a discotecas ni sitios de juerga, para que no me viese envuelto en peleas, no siendo que me pasase algo, y yo le di la razón, insisto, no por cobardía, si no por evitar que en un exceso de celo me pudiese dejar llevar por mis impulsos y mi sola presencia dejase sin diversión a los jovenzuelos.
Estaba deseando saber a dónde tenía que empezar a prestar mis servicios a la comunidad, quería ya ver mi pistola, imponer respeto, hacerme valer, claro que sí, “Paco Jones” me llamaban en el colegio, y el que tuvo, retuvo.
Dichoso mi padre, los amigos de mi padre y las recomendaciones de las que echó mano para que me mandasen a un buen destino. Maldita sea la hora.
***********************************************************************
Tranquilo era, desde luego.
No vamos a engañarnos, el sitio era probablemente el más “sosegado” del mundo, eso sí.
Los clientes no eran problemáticos, eso también.
Juerga, lo que se dice juerga y peleas discotequeras, tampoco había, las cosas como son.
Pero “joer” yo me pregunto qué demonios pinta un “segurata” en un tanatorio.
No me dieron ninguna explicación, por no darme, no me dieron ni pistola, que era lo único que me atraía del trabajo, pero claro, bien pensado, no me iba a hacer mucha falta, porque matar, no iba a tener que matar a nadie si ya me daban la clientela muerta.
Pero vamos a ver, que yo cuando digo que me gustan los fiambres, me estoy refiriendo al chorizo, al jamón y a un lomo bien curadito, no a los otros, no a los que están más tiesos que la mojama, que sólo hablar de ello me pone los pelos de punta, por favor, que cualquiera que me conozca sabe que a valiente no me gana nadie, pero que lo de los muertos no lo puedo ver ni en las películas del “Brus Li”.
No es miedo, que quede claro que yo no le tengo miedo a nada, es otra cosa, llámale “yu-yu” o llámale equis, me da igual, pero lo que tenía claro era que en mi vida me había visto en otra más gorda.
Desde fuera, podía parecer tan sencillo como negarme a ir y ya estaba todo arreglado, pero conociendo a mis amigos, la cosa no era tan fácil, porque la noticia corrió como la pólvora, debió de ser mi padre el que lo soltó ni más ni menos que en el bar, y claro, lo que a él le parecía el colmo del orgullo, a mis amigos les pareció motivo suficiente para dar una fiesta, pues conociéndome de sobra, estaban seguros de que renunciaría al puesto y a lo que fuese, todo antes de entrar en un tanatorio.
Los muy traidores hicieron una porra en el bar, y las apuestas se inclinaban ligeramente a favor de mi huida, creo que eran dos contra cincuenta y tres, (los dos que apostaban a mi favor eran mis padres).
Y ahí estaba yo, ante la tesitura de defraudar a mis progenitores, cosa que hubiera sido lo de menos, francamente, o darle la razón a mis amigos quedando además como un “rajao” para el resto de mis días.
Estuve dudando seriamente, considerando las alternativas, sopesándolas, buscando soluciones, pero la duda estaba entre irme al extranjero en avión, en barco, en vuelo sin motor para no hacer ruido, o en bicicleta que es más barato, porque si algo tenía claro era que si renunciaba a aquel trabajo no podría vivir en mi pueblo tranquilamente ni un minuto más.
Irme de casa y dejar a mis padres me daba una pena tremenda porque a ver de qué iba a vivir, es muy triste verse así, en la calle, sin experiencia de la vida y sin ganas de tenerla, la cosa era seria.
Empecé a contemplar el trabajo desde otra perspectiva: si conseguía ir un par de días, seguro que por buen comportamiento me ascendían y me daban otro destino, además, quedaría como un valiente y dejaría a mis amigos con un palmo de narices, y total, los muertos...mucho daño no es que puedan hacer ya, al fin y al cabo, yo no iba a estar allí solo, en esos sitios siempre están las familias, los amigos y los conocidos ¿no? Mi madre, que no se pierde ni uno de esos eventos, siempre llega a casa diciendo que había mucha gente, o sea, que no sería difícil escaquearse a la cafetería a tomarse unos chismes mientras las familias lloran y sufren, que es su deber ¿no? A lo mejor no era tan grave como en un principio me había parecido, a los muertos no tenía que verles ni de lejos, no tenían nada que hacer en la cafetería, si cada uno ocupaba su puesto y ni ellos se metían conmigo ni yo con ellos, las cosas no tenían por qué ir mal.
Dicho y hecho, al día siguiente mi padre me llevó a la compañía que me contrataba y me arrastró al despacho del director para ponerme a sus pies.
Y efectivamente, a sus pies me quedé del desmayo que me entró cuando me dijo que para empezar me dejarían en el turno de noche, que había menos jaleo.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

¡¡Qué bien si comentas algo!!