martes, 21 de abril de 2009

Hoy dos porque ayer no pude colgar ninguna

Le escuché llegar perfectamente, le oí que me llamaba, pero yo no dije ni “pamplona”, yo quieto, callado (iba a decir “como un muerto”).
Si seis horas antes me dicen a mí que me iba a ver en el trance que me estaba viendo, me da un ataque de risa y no me lo creo ni aunque me lo juren.
¿Pero qué iba a hacer? Lo importante era que cuando el tipo llegase y mirase a ver si los muertos estaban en su sitio, no le llamase la atención la falta de ninguno, eso era lo más importante.
Juro que estar metido en la caja de la “ricachona” me daba un mal rollo...Pero como idea no era mala, porque estaba muy tapado, igual que ella, y entre las flores y la poca luz que había, como no fuera que se metiese encima, no se daría cuenta del cambio, con la cantidad de muertos que pasaban por allí no creo que se supiera de memoria el “careto” de todos como había dicho, eso era un farol que se había tirado.
El plan era que cuando hubiese visto que no faltaba ninguno y volviese para abajo a buscarme, yo saldría de la caja, bajaría con él y le diría que había estado en el baño, que los guardas de seguridad también tendrán sus necesidades ¿o no?
¿A que no era mala idea? Entonces, él había visto todos los muertos, si luego le faltaba alguno era ya cosa suya, porque yo me las piraba a la primera de cambio.
Era una solución muy inteligente, tengo que reconocerlo, pero ya se sabe que las cosas nunca salen como uno las planea, claro.
Hay que tener en cuenta que llevaba muchas horas sin dormir, que tenía un sueño que no veía, que la tensión nerviosa cansa mucho, y claro, no era que el ataúd fuese cómodo, porque me quedaba tres o cuatro tallas pequeño, pero bueno, allí estirado, tapadito, y caliente...pues claro...Me metí mucho en mi papel, quería estar quieto para cuando el director abriese la puerta, y lo conseguí.
Me quedé allí, con los ojos casi cerrados, mirando de reojo la tapa de la caja que estaba apoyada en la pared de al lado sujeta con una silla para que no se cayese, recuerdo que pensé que era una forma un poco chapucera de dejarla allí, porque al primero que llegase y quitase una silla se le iba a caer la tapa encima, pero eso fue lo último que pensé, porque me quedé dormido como un bendito.
Lo sé, sé que puede parecer imposible, pero no lo es. Tal vez en otras circunstancias me piden que me meta allí y no lo hago ni dándome dinero, pero en situaciones límite no sabemos lo que somos capaces de lograr, y yo en el tema de dormir soy un fiera, la verdad.
Claro que me perdí parte de la movida, porque sé que el director hizo como yo había imaginado, echó un vistazo en las salas, hasta ahí llegué, porque hubo un dato que estuvo a punto de delatarme, y es que de los nervios, estaba sudando por cada pelo una gota, y hasta donde yo sé, los muertos no sudan, claro que tampoco respiran, por eso traté de contener la respiración, pero bueno, como sólo asomó un poco desde la puerta, no se dio cuenta de que mi desodorante me había abandonado.
Me despertaron mis propios estornudos, que si no, todavía sigo allí.
Con tantas flores a mi alrededor, empecé dale que te pego a darle a estornudar hasta que abrí los ojos y vi donde estaba.
¡ Joer qué susto me di! Casi me muero de verdad al darme cuenta del modelo de “cama” que estaba ocupando.
Tanta prisa quise darme en salir que no era capaz, me había quedado encajado de tal forma que era como si el maldito ataúd no quisiera soltarme, como si quisiera llevarme con él al “otro barrio”, como se llamaba la sala.
Cuando conseguí liberarme de sus redes y puse los pies en el suelo, estaba fatigado y todo, así no podía bajar y presentarme delante del director. Miré el reloj, eran casi las siete de la mañana, a ver cómo le decía yo que llevaba una hora en el baño, seguro que había estado buscándome por todos los sitios.
Tenía que tranquilizarme un poco antes de bajar a darle explicaciones a aquel hombre, bueno, explicaciones y saludos, porque tenía que decirle que por mí no esperase más, que yo me iba a mi casa para no volver a salir de ella nada más que para ir al bar.
El corazón me latía muy fuerte, así que decidí sentarme un momentito y recobrar el aliento, daba igual un segundo más que uno menos.
Según cogí la silla ¡madre mía la que se preparó!
Tal y como me había imaginado antes de dar la cabezadita que di tan ricamente, y tal y como se me había olvidado, la silla sujetaba contra la pared la tapa de la caja, y al moverla, se me vino encima con todo su peso, que si no estoy de reflejos como estoy, cae contra el suelo y se oye hasta en Malasia.
Pero aquella tapadera pesaba mucho, demasiado para ser una tapadera. Y es que era igual que esos huevos que traen sorpresa, venía con regalito.
Al asomar un poco la cabeza a ver por qué me costaba tanto moverla, descubrí detrás de ella a la “rica”, sí, allí estaba, con todas sus joyas, con la misma cara de muerta con la que la había visto por la noche, igual de tiesa, porque ni de pie se desmoronaba, ya había cogido la forma y hala, a vivir que son dos días, o a morir ¿yo qué sé si para esas alturas ya no sabía si reír o llorar?
No era cuestión de quedarme para siempre allí con la buena señora en la tapa y el ataúd vacío, lo suyo era colocarla en su sitio y marcharme pitando, que ya bastante hacía si la ponía de vuelta en la caja, porque yo no la había sacado de allí.
Me costó lo mío, que con los nervios y las prisas, cuando conseguí meterla me di cuenta de que la había puesto al revés y tenía la cabeza para abajo y los pies para arriba, y daba una impresión verla tan muerta y tan descolocada que no tuve más remedio que empezar otra vez las maniobras y calcular mejor el aterrizaje.
Ya en su sitio, me pregunté para qué se habrían molestado en andar con la muerta para dentro y para fuera si aparentemente, no le faltaba nada, pero bueno, con salir de allí ya me conformaba, no era cosa encima de dejarle el caso resuelto, a mí me habían contratado para que los “cinco” estuviesen protegidos toda la noche y yo se les devolvía tal y como me les habían entregado, bueno, la “rica” estaba bastante más despeinada, pero es que con tanto baile no era para menos, así que ya podía irme por donde había venido, si querían saber más que llamasen a “Colombo”, no te fastidia.
Me coloqué el uniforme y me dispuse a salir de la sala, cuando ¡date! La puerta estaba cerrada.
Menuda manía tenían en aquel sitio con cerrarlo todo.
¿Pero es que no iba a poder salir nunca de allí?

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