miércoles, 22 de abril de 2009

Hoy el desenlace. Espero que os haya gustado

Me dieron ganas de coger una rabieta como los críos y empezar a llamar a mi madre para que viniese a buscarme, ya era mala pata que todo se me pusiese en contra.
En aquellas horas había pensado ya más que en toda mi vida anterior, se me iba a desgastar la sustancia del cerebro, y no me apetecía nada, la verdad, pero no me quedaba más remedio que seguir pensando.
Yo estaba en el lado del escaparate que están los cadáveres, de allí no podía salir hasta que no viniesen los de la funeraria a buscar la caja. Al otro lado del cristal no se veía nada, no había luz, por la noche sólo habían dejado un pequeño foco en el lado del muerto, se ve que por si tenía miedo, en el otro lado, en el de los vivos, nada de nada.
Me acerqué al cristal, puse las manos cerrando un poco el campo y miré por mirar, porque estaba claro que no había otra salida, y juro que al acercarme oí ruidos.
Yo ya no sabía si era cosa mía, que me estaba volviendo majareta perdido, si eran alucinaciones o qué leches era aquello, lo cierto era que oía ruidos y venían de allí mismo.
Miré la caja, por ahí bien, la “rica” seguía en su sitio, despeinada como si acabase de llegar de una pelea en las rebajas, pero allí quieta, que era de lo que se trataba.
¿Entonces qué era lo que estaba pasando al otro lado del cristal?
Aunque me parecía que iba a hacer un ridículo espantoso, me atreví a dar unos golpes, por si me podía escuchar alguien, ya me daba igual que fuesen del más allá o del más acá, prometía no hacer preguntas, con que me dejasen salir era bastante, que aunque la “joyas” y yo ya teníamos mucha confianza, tenía unas ganas de marcharme que no podía con ellas.
“¿Hay alguien ahí?” pregunté haciendo el gilipollas bien hecho.
Nada, como era lógico nadie contestó, pero yo apostaba el cuello a que, aunque fuesen dos ratones, había vida más allá del cristal.
De repente, como si fuese una aparición, veo asomar por el otro lado dos moles inmensas, como dos castillos, que en la oscuridad no fui capaz de identificar y me dieron tal pánico que me olvidé de donde estaba y pegué un grito que ni Trazan en sus mejores tiempos.
En esas, alguien encendió la luz al otro lado y me veo delante de mí a dos tíos completamente deshechos de risa medio tirados por el suelo y señalándome con el dedo.
Mis dos amigos, el “Juan Sinmiedo” y el “Brutus” me miraban desde detrás del cristal sin poder casi ni respirar de tanta risa y chorreándoles hasta lagrimones por la cara de lo bien que lo estaban pasando, los muy desgraciados, a costa mía.
Si les cojo les mato, el sitio era apropiado para tener dos muertos más, pero fueron lo bastante listos como para estarse riendo de mí con un cristal por el medio hasta que me vieron más calmado.
A los cinco minutos se abrió la puerta de su lado y entró el director, yo pensé que se les iba a caer el pelo a aquellos dos desgraciados, porque yo, al fin y al cabo estaba en mi puesto, pero ellos estaban allí sin autorización, se podían ir preparando con el tipo aquel.
Cuál no sería mi sorpresa cuando el paisano, lejos de ponerles en la calle, se sienta a su lado y me mira como ellos para empezar a reírse los tres. ¿Pero qué clase de director era aquel? ¿Qué estaba haciendo allí con aquellos dos sinvergüenzas partiéndose el culo de risa a costa mía?
Cuando se les pasó el ataque y pudieron recuperar la respiración, el director les dijo: “Venga tíos, hay que irse de aquí antes de que empiece a llegar la peña, que aquí a las ocho no hay quién pare”.
No podía creerlo, es que cada vez se me iba poniendo la cara más de idiota, de pardillo, de “pringao”.
“Buen actor el amigo conserje ¿eh?” me dijo el “Brutus” desde su lado.
¿Conserje?? ¿Pero cómo conserje? Entonces aquel tiparraco trabajaba allí de conserje, de acomodador, como en los cines, de bedel, de “mandao” y se había conchabado con ellos para hacerse pasar por director y darme el pego...
Cuando abrieron la puerta y salí , ya no me quedaban ni fuerzas para meterles un golpe a cada uno, me sentía como un imbécil, allí, aferrado a mi pistola de plástico y víctima de la cruel broma que me habían gastado sin piedad.
Con amigos así no hacen falta enemigos.
Al menos, nadie más se enteró, y por la mañana, cuando fui a entregar el uniforme y a decirles a los de la agencia que “Zamora es buena tierra” pero que conmigo no contasen más, me felicitaron por mi primera noche y me animaron a que siguiese con ellos, que no había inconveniente en cambiar de sitio, que la noche siguiente me mandarían a un lugar más animado, donde se me pasaría el tiempo rápido, era un local de mucha fama, de ambiente, de lo más entretenido.
Me picó la curiosidad, lo reconozco, y la verdad es que cuando me dijeron que era un lugar en el que se hacían desnudos, ya ni lo dudé, aquella era mi oportunidad.


¿Por qué nadie me explicó antes de ir lo que se entiende por un lugar “de ambiente”?


-FIN-

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