Ando metida en una novela que trata el tema de la violencia de género porque es algo que llama tanto mi atención y me sugiere tantas preguntas, que al final, como nos suele ocurrir a los que se nos va la fuerza en forma de letras, ha salido una historia.
Es una historia especial, contada de un modo diferente, al menos esa es mi intención, pero a veces me pregunto si estaré dándole suficiente realismo a los personajes, si no traspasaré esa barrera que hay entre lo que resulta creíble y lo que “chirría” al ser poco acertado.
No entiendo lo que puede pasar por la cabeza de una persona para dedicarse a pegar a otra que es o fue su pareja, no sé qué satisfacción le puede aportar anular a alguien porque sí, y sobre todo, me pregunto por qué sigue pasando.
Con la intención de hacer un personaje capaz de cometer ese acto que no comprendo de ningún modo, he creado un ser al que he cargado de cobardía, miseria e insatisfacción, y me ha quedado tan desagradable, que a mí misma me produce rechazo.
Me está costando escribir esta novela como no me ha pasado con ninguna otra porque llega un momento en el que uno no puede desligarse del todo de los personajes que crea y mientras se está en ese proceso de escribir, leer, releer y reescribir, se les tiene en la mente de continuo, se piensa en ellos, se duerme con ellos, se despierta con ellos… y es tan poco gratificante tener en la mente un personaje así, que procuro centrarme más en otros que también aparecen en el texto.
Algunas veces he tenido la sensación de haberme pasado, de haber escrito un ser demasiado negro, demasiado negativo, de pensar que no puede haber gente tan destructiva, pero el otro día no tuve más remedio que cambiar de opinión.
Haciendo zapping encontré un programa (no sé en qué cadena ni cómo se llamaba),en el que se iba siguiendo paso a paso la evolución de una mujer que había sido agredida por su ex marido y la verdad es que, me enganchó. Era realidad, no ficción, y aunque no voy a contar aquí todo el proceso porque no viene al caso, cuando terminó el programa, llegué a la conclusión de que me he quedado corta, de que el personaje de mi novela es un bendito, un alma de cántaro, un pobre hombre al lado de lo que hay a nuestro alrededor, en la calle, conviviendo con nosotros como si fuesen personas normales, y que en absoluto lo son.
Tengo que reformar mi personaje, tengo que dotarle de más miseria todavía, de maldad, de ganas de hacer daño por el simple hecho de hacerlo, para que así resulte más creíble porque tiene que ser eso lo que hay en la mente de un maltratador, pero además en dosis muy altas.
Hablando (escribiendo) de hospitales y todo eso, mañana nos reímos un rato escribiendo sobre el parecido entre hospitales reales y de ficción.
Nos vemos (nos leemos, más bien)
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