¡Ay, esos desvanes de las abuelas en los que se encuentran tantas cosas...!
En el desván de la abuela
he encontrado de todo:
cuadros, cajas,
zapatillas,
tres lámparas sin
bombillas
y hasta un baúl de madera
que puede ser un tesoro.
Hay tres bicicletas
viejas,
un caballo de cartón,
una bandera de España
del año de “Maricastaña”,
dos sacos llenos de tejas
y un muñeco de latón.
Pero a mí me gusta más
el misterioso baúl
que tiene una llave
colgada
en la tapa bien cerrada
y está pintado, además,
con flores de color azul.
¿Qué guarda la abuela
aquí?
Yo quiero abrir y saberlo.
¿Serán monedas de plata
o joyas de algún pirata?
¡No me puedo resistir!
¡No quiero irme sin verlo!
Empiezo a abrirlo un
poquito,
ya sé que soy muy traviesa,
me pesa la tapa un montón,
pero le doy un tirón,
y doy yo misma tal grito
que me quedo patitiesa.
No hay mapas ni viejas
monedas,
ni planos de islas
perdidas,
ni sombreros de pirata,
¡sí que tengo mala pata!
Solo hay un montón de tela
y fotos descoloridas.
¿De quién son estos
retratos
que están pasados de moda?
Hay una pareja en un
banco,
va ella vestida de blanco
desde el velo a los
zapatos,
yo creo que es una boda.
¡Anda! Dentro del baúl
hay también una diadema,
dos pendientes y un collar
que no dejan de brillar,
un traje antiguo de tul
y en un papel, un poema.
Sin que yo me diera cuenta
la abuela ha entrado al
desván
mirándome emocionada,
y no me riñe, ni nada,
parece que está contenta,
se sienta en un viejo
diván.
“Lo guardaba para ti,
aunque
no sea moderno.”
Me coloca la diadema
mientras peina mi melena
y me dice muy feliz:
“Son tesoros los recuerdos”
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