martes, 22 de enero de 2013

¿A ALGUIEN LE SUENA?



   A mí sí, porque lo he vivido un montón de veces, y de esa experiencia surgió este relato que quedó finalista en el Certamen organizado por la Fundación de Derechos Civiles, hace ya unos años, pero que sigue estando vigente, hay cosas que no caducan.

LA SOLIDARIA

Soy una persona solidaria, me gusta apoyar todas las causas a las que pueda aportar algo. Tengo en casa lazos de esos que se ponen en la solapa: de color rojo, de azul, de rosa... de todos los que hay tengo uno, y los llevo orgullosa de saber que así apoyo a alguien que lo necesita.
Ayudo económicamente a varias O.N.G. porque me parece que hacen una labor encomiable y que todos debemos alabar. Tengo tres niños apadrinados en Sudamérica, y dos negritos en África,  sus fotografías enmarcadas en plata presiden uno de los aparadores del salón, al lado de la que me hice junto al rey, junto al presidente de la lucha contra el sida, o junto a al de "mundos sin fronteras".
También envío generosas cantidades de dinero si hay una catástrofe en las que se requiere ayuda: un terremoto, un tsunami... todo eso. Doy limosna a los pobres y hasta compro pañuelos de papel en los semáforos, y eso que no los necesito.
Cuando tengo ropa que ya no pongo, la envío a centros cristianos para que la repartan a personas que la necesiten más, y sé que lo hacen, porque hace unos días, cuando salía de la misa de siete en la catedral, una de las mujeres que estaba pidiendo llevaba uno de mis trajes de marca, desentonaba un poco, pero al menos no pasaba frío.

Pero no sé si merece la pena todo esto.
La semana pasada me quedé sin servicio en casa y recurrí a una agencia de esas que te envían a gente con buenos informes. No me importa pagar lo que sea con tal de que me recomienden a alguien. ¿Cuál no sería mi sorpresa al ver la lista de personas entre las que pretendía que escogiese?
Dos madres solteras, que descarté inmediatamente, porque no creo que su moral sea la adecuada.
Dos divorciadas, seguramente mujeres polémicas y poco dóciles.
Tres extranjeras que ni consideré, porque vamos,  esta gente que a la primera de cambio dejan a su familia tan lejos, ¿cómo se portarían con la mía?
Y una que provenía de un centro de esos de desintoxicación, seguro que con alguna enfermedad contagiosa o algo peor.
Bueno, pues viene mi hija y me dice que soy una racista y una xenófoba. ¿Se puede creer?
Será mejor estar por ahí, convertida en una de esos "perroflautas" protestando todo el día y reclamando la luna. 
Yo no sé adónde vamos a llegar con esta juventud tan descarriada.
¿Racista y xenófoba yo?
¡Señor, señor!




Por desgracia, no es un relato ficticio, podría dar nombres y apellidos de personas que, sin ser mala gente, están convencidos de que son solidarios, aunque fuera de la ayuda económica (que también es importante) son incapaces de mover un dedo por nadie.

2 comentarios:

  1. Cierto e igual de cierto las que se comen el jamon y regalan el hueso a una familia necesitada porque la sustancia da un buen caldo. Te animo a seguir escribiendo y denunciando Beatriz. Un beso

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  2. Estupendo el relato y tan real como la vida ,un beso

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