miércoles, 22 de septiembre de 2010

INCURABLE

       La madre prepara la maleta, calmada, serena, no vaya a ser que se le olvide algo . El hijo va y viene ajetreado por la casa, el futuro ha llamado a la puerta de improvisto y hay que dejar que entre amarrado a la inexperiencia, pero también a la juventud, a la alegría y al esfuerzo.


Entre la ropa que él mete, ella va colocando cariño, comprensión, recuerdos, y en los huecos que quedan, varios silencios, que bien administrados siempre ayudan a no decir inconveniencias de las que luego haya que arrepentirse.

El hijo se ve tan grande… y ella le ve tan chico…

Mira cómo sale de casa cargado de estudios y liviano de cosas por venir, de sueños por realizar, de metas, de proyectos, de ilusiones.

¡Come bien! Y abrígate mucho…

¡Mamá, que allí hay cuarenta grados!

Por la noche, el informe del tiempo dice que va a llover en el sur, y ella lo escucha enterito, aunque jamás le había interesado el tiempo que iba a hacer en el sur, ya ves tú.

A ver si se moja y se acatarra, estos chicos nunca tienen cuidado.

Suena el teléfono, la abuela siempre llama por la noche.

¿Ya marchó “el niño”? ¿Y tú cenaste, hija? Mira a ver si te cuidas un poco…

Como el chico, ella también se ve mayor, y como ella, la abuela sigue pendiente.



Al fin y al cabo, la maternidad no se cura nunca.

 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
           
           
           

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