Ayer, encuentro a mi pequeño en el cuarto de baño mirándose en el espejo con la boca muy abierta.
-¿Qué haces?-le digo-
-Estoy intentando verme la vaca.
-¿La vaca?-pregunto sin entender nada- Será la boca, no la vaca...
-No, no-me responde muy serio- Quier ver la vaca.
-¿Pero qué dices? ¿Qué vaca?
Entonces me mira y me dice:
-Tú me has dicho que en la garganta tenemos una campana, así que también habrá una vaca ¿no?
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La otra, de hace unas semanas, fue de esas en las que sientes que te ganan y no puedes hacer nada.
Estábamos un día en una tienda en la que le ofrecieron tomarse unos pasteles. Él, que no sabía por cuál decidirse cogió uno y como no le convencía, hizo intención de dejar ese para coger otro, ante lo cual, yo le reprendí:
-No-le dije- eso no se hace, lo que ya se ha tocado no puede volver a ponerse en la bandeja, ahora tienes que comer el que cogiste, eso es así.
Muy obediente, me hizo caso, y aprendió bien la lección porque unos días después, estando en casa, con una cajita de caramelos pequeños, me pidió permiso para comer uno, y le dije que sí, pero cuál no sería mi sorpresa cuando ví que sobre la mesa había cuatro o cinco.
-¡No!- le reñí- Eso no es lo acordado, te dí permiso para uno, así que el resto, los pones otra vez en la cajita ¿vale?
A lo cual, me respondió muy convencido:
-No puedo, mamá, lo siento.
-¿Cómo que no puedes? ¿Por qué no vas a poder?
-Pues porque ya los he tocado y tú me enseñaste que lo que se toca no puede volver a su sitio, así que ahora tengo que comerme los que he tocado...
Y le dejé que se los comiese. ¿Qué iba a hacer?
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