jueves, 11 de octubre de 2012

INEVITABLE


  Escribir sobre la influencia que el momento actual está teniendo en todos nosotros, es casi inevitable en estos días. Con frecuencia procuro resistirme poniendo buena cara al mal tiempo y enfocando la escritura de mis entradas con una mirada más optimista, pero a veces surge la idea y ya se sabe lo testarudas que son las ideas, no hay quién las detenga hasta que se convierten en letras.
Prometo la próxima más animada, aunque entonces, seguramente, perderá realismo.


LA VIDA QUE NOS TOCA

Esta maldita crisis acabará con todos nosotros.
No es que yo me pueda quejar: estoy jubilado, cobro mi pensión (modesta, pero de momento llega puntual), la casa ya la tengo pagada, que buen trabajo nos costó conseguirlo a mi mujer, que en paz descanse, y a mí en aquellos años en los que la vida tampoco era fácil, qué va, pero bueno, quitando de las faldas para las mangas conseguimos salir adelante. Y ahora, cuando ya pensaba yo que los malos tiempos habían pasado, resulta que nos toca vivir otra vez situaciones de miseria, desesperación y hasta de hambre, 
que a mí antes me gustaba ver el parte mientras comía, y ahora, se le corta a uno la digestión con tantas penurias como enseñan; si hasta en este barrio, que siempre fue un sitio tranquilo, han empezado a asaltar las casas de los vecinos, que llevamos una temporada que no ganamos para sustos: cuando no entran en la de uno, entran en la de otro, que vive uno temblando del miedo que se tiene cada vez que se siente el menor ruido. No me importa decir que me he hecho con una pistola, sí señor, que aún no me tiembla la mano al disparar, de algo me tienen que valer tantos años vistiendo el uniforme de policía ¿no? Mientras yo esté aquí haré todo lo posible por mantener la paz en este sitio, no voy a permitir que nadie se aproveche de lo que todos los vecinos hemos ganado trabajando honradamente, de eso nada, como se me ponga algún sinvergüenza de esos al alcance, no voy a tener la menor duda sobre lo que tengo que hacer, ya estamos todos cansados de tanta violencia y tanta injusticia.
Y no lo siento por mí, que al fin y al cabo, ya tengo el cuerpo hecho a las desgracias, lo siento por los jóvenes, especialmente por mi hijo, claro. Toda la vida queriendo conseguir lo mejor para él, para que no le faltase de nada, para que pudiese estudiar en los mejores sitios a nuestro alcance, y ¿para qué? Para nada, para tener dos carreras y estar sin trabajo, y lo peor de todo, sin esperanzas de conseguirlo. 
Esto sí que me afecta ¿ves? Lo que tenga que venir por mí, que venga, pero ver a un chavalón tan bien plantado, con esas espaldas tan anchas y esa corpulencia, sin tener nada que hacer, solo enviar curriculums de esos a todos los sitios, me desmoraliza, me hunde en una tremenda tristeza de la que me cuesta salir, empiezo a verlo todo negro, a pensar en lo orgullosa que estaría su madre si viese todo lo que ha estudiado, y en la pena que se ha evitado al no saber el futuro que le espera, entro en un círculo vicioso y se me quita hasta el apetito. Y eso a él no le gusta,

no quiere verme triste, no soporta que yo me venga abajo, se siente culpable porque se da cuenta de que mi estado de ánimo depende mucho de cómo esté él, es un buen chaval, claro que sí. Así que trato de sobreponerme, y tirar de mi pellejo como puedo para no darle la sensación de derrotado que a veces tengo de mí mismo, tengo que ser fuerte, tengo que tener buen semblante y animarle, estoy convencido de que esta crisis pasará como han pasado otras, y aunque sé que yo ya no lo veré (porque llevará su tiempo salir de este hoyo) los jóvenes sí que vivirán tiempos mejores, si logran superar estos años saldrán fortalecidos, verán cómo se vuelve a una situación más normal; no digo yo que se vayan a atar los perros con longanizas, pero, al menos, podrán tener un trabajo y dormir tranquilos cada noche sin que nadie amenace su futuro constantemente.
Tengo setenta y algún años, y puedo asegurar que me levanto cada día de la cama por mi hijo, para que me vea activo, para que, encima de lo que tiene, no tenga que preocuparse por tener un padre deprimido (ya que lo tiene, al menos que no se entere), porque cuando los planes que se han hecho para la vejez se truncan con la muerte de la compañera de viaje, la soledad se vuelve puñetera y va royendo los huesos por dentro, de ahí viene la artrosis, que no hace falta ser médico para saberlo, tanto como estudian y tanto dinero como gastan en experimentos, que se lo ahorren, ya se lo digo yo, las depresiones y las artrosis vienen de la soledad, y si no, mira cómo los jóvenes no están deprimidos, bueno, no lo estaban antes de este desastre de vida que tenemos ahora, esta vida que nos ha tocado vivir.
Además, a veces se enciende una lucecilla en la oscuridad, un lucero del alba que permite tomar aliento en este jodido camino. Mi chaval lleva unos días más animado, parece que unos cuantos amigos han decidido juntarse para montar un taller de reparaciones de televisiones, ordenadores y cosas de esas. Han alquilado una nave, los van a buscar a las casas y los llevan para allí, para irlos arreglando poco a poco.
Bueno, es una idea, ahora fabrican las cosas para que duren poco, no como antes que nos duraba la nevera treinta años, además, no está bien que yo lo diga, pero yo soy un manitas y lo mismo reparo un horno que una cafetera, y mira, se ve que el chico lo ha heredado, parece que no, pero lo que se ve se aprende, y de una familia como la nuestra, siempre trabajadores y honrados, no podía salir más que un hijo luchador y formal como él solo, aunque, sé que lo va a tener difícil en este mundo donde los corruptos y los ladrones se están convirtiendo en un desgraciado ejemplo al ver que salen impunes aunque les hayan pillado con las manos en la masa, no es extraño que la gente decida tomarse la justicia por su mano, ya está bien de tanto aprovechado como hay, yo, desde luego, no pienso permitir que nadie venga a usurparme las cuatro cosas que me quedan en casa, ya bastante nos roban los políticos. Menos mal que, de momento, en nuestra casa no han entrado, pero por si se deciden, a mí no me encuentran desarmado, hasta ahí podíamos llegar.

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Treinta y dos años, tengo treinta y dos años y sigo viviendo en casa de mi padre, después de haberme pasado años estudiando dos carreras superiores y tres máster, no he podido pasar de miserables contratos en prácticas y temporales, me veo con noventa años y todavía en prácticas. ¿Hay derecho a esto?
He visto toda mi vida a mis padres sacrificándose para que yo pudiese estudiar, mi madre me hacía hasta los jerséis para ahorrar porque el sueldo de policía de mi padre tampoco era para hacer excesos. Cuando mis amigos estaban jugando al fútbol, yo me quedaba estudiando química o matemáticas para que no hubiese ni un bajón en mi brillante expediente académico, cuando mis compañeros de facultad se quedaban a las espichas y llegaban a sus casas dando tumbos, yo estaba en mi cuarto hincando los codos hasta las tantas para que mis notas finales me precediesen el día que tuviese que buscar un trabajo, y cuando muchos de ellos colgaban los libros para dedicarse a hacer alguna chapucilla que les permitiese ganar dinero, yo seguía estudiando, ampliando mi formación y viéndoles pasar desde la cola del autobús en sus flamantes coches (aunque fuesen de cuarta mano, para mí eran flamantes coches) mientras las únicas matrículas que yo tenía eran las de mis notas, que lejos de allanarme el camino, me han convertido en uno de esos miembros de las generaciones mejor formadas de este país, o sea, en un parado más. Eso sí, un parado con la pared del salón de casa (de la de mi padre, claro) llena de títulos cuyos marcos tejía mi madre con altas dosis de ilusión, madejas de sueños y kilómetros de ese futuro prometedor que mis padres soñaron para mí. Los mismos títulos que he fotocopiado mil veces para presentarlos en mil posibles puestos de trabajo, los mismos que al descolgarlos solo dejan un hueco blanco en la pintura de la pared, como si quisieran recordarme que el tiempo va pasando y ellos siguen allí, como yo, cada vez más mimetizados con su entorno grisáceo, cada vez más inservibles.
Veo a mi padre arrastrando la pena por la casa, tirando del dolor que le provoca la ausencia de mi madre, un hueco que yo no puedo llenar, un vacío que lo único que estoy haciendo es aumentar cada vez que me ve llegar con las manos en los bolsillos y el periódico bajo el brazo, en busca de aquellos anuncios de trabajo que poco a poco han ido desapareciendo de las páginas ahora necesarias para plasmar en ellas pésimas noticias económicas y peores augurios de futuro.
¿Cómo le explico yo que todo se debe a que la deuda pública ha aumentado? A que la prima de riesgo sigue creciendo, a que el Ibex 35 vuelve a caer, a que los “amigos” de la famosa troika (conjunto de siglas que maneja nuestras vidas) siguen empeñados en ahogarnos poco a poco para que los de abajo paguemos los desmanes que cometieron los de arriba, a los que ahora quieren rescatar a base de renuncias a los derechos que habían ido consiguiendo mis bisabuelos, mis abuelos, mis padres…

¿Con qué cara miro yo a mi padre que siempre pensó que se premiaba el esfuerzo, que me enseñó que “el saber no ocupa lugar”? ¿Cómo le digo que ahora no hay lugar para el saber, ni para la educación, ni para la cultura?
No puedo, no quiero defraudarle, no me puedo permitir aumentar su tristeza viendo cómo cada día sueña verme llegar con la promesa de un sueldo, de un trabajo de aquellos que él conoció, que eran para toda la vida.
Ni en mis peores pesadillas me hubiera imaginado en esta situación. Me pregunto qué hago con todo lo que aprendí, cuándo podré llevarlo a la práctica, cómo haré para no quedarme atrás sin haber iniciado siquiera la marcha, y sobre todo, qué hacer para que mi padre no tenga que seguir manteniéndome cuando sería yo el que ya debería de estar manteniéndole a él si lo necesitase.
Juro por mi vida que he intentado todo lo que estaba al alcance de mi mano, que he ido bajando el listón en mis preferencias laborales que poco a poco se han ido difuminando en una única que resume todas: encontrar un trabajo, sea el que sea.
Todo se ha convertido en un círculo del que no hay cómo salir y que lleva siempre al mismo origen: el dinero. Sin él no hay inversiones ni a grandes niveles ni en pequeñas economías domésticas que van reduciendo su presupuesto estoicamente y donde no queda lugar para el menor exceso.
He llegado a falsear mi curriculum a la baja, es decir, omitiendo mis titulaciones académicas, mi formación en idiomas y mis máster,  que llegué a pensar que me estaban perjudicando en este absurdo mundo donde todo parece estar al revés; me he sentido un miserable ocultando aquello de lo que me había sentido tan orgulloso y en lo que mis padres habían invertido tiempo, dinero, esfuerzo y sobre todo, ilusión.
No he podido más, y he tirado por la calle del medio.
Todo me vale con tal de ver a mi padre con una chispa de emoción al saber que tengo “trabajo”, todo con tal de encontrarle más relajado en su vieja mecedora, con la taza en la mano, como si más que café estuviese tomando una taza de esperanza.
Espero que un día la vida me brinde la oportunidad de reparar el daño que ahora estoy haciendo, espero ser capaz de volver a ir por la calle con la cabeza alta, de poder ser eso que me enseñaron: “pobre pero honrado”, espero conocer de nuevo un mundo en el que no haya que esconder la cultura, en el que mis hijos (si un día les tengo) me conozcan por lo que fui antes y después de este episodio de la vida que me tocó vivir.


DIARIO VESPERTINO

PARRICIDIO INVOLUNTARIO

Un hombre de treinta y dos años muere a consecuencia de los disparos hechos por su padre que, al escuchar los gritos de socorro de una vecina a la que estaban robando en su casa no dudó en ir a defender.
Acudiendo en  ayuda de la mujer, el hombre se topó con una figura vestida enteramente de negro y con pasamontañas a la que no dudó en disparar, causándole la muerte por varias heridas de bala.
Cuando tras los disparos, el hombre se dispuso a descubrir la cara a la víctima, se encontró con la trágica circunstancia de que era su propio hijo.
Fuentes policiales han expresado a este diario que llevaban algunas  semanas recibiendo denuncias de  vecinos de la zona cuyas casas eran desvalijadas por la noche. Según parece, el joven muerto y dos de sus amigos habían creado una empresa ficticia de reparación de electrodomésticos, que les servía de tapadera para su verdadero negocio, la venta en el mercado negro de los aparatos sustraídos.
El fallecido permanece a la espera de la autopsia, y los dos detenidos pasarán esta tarde a disposición judicial. El padre del joven muerto tuvo que recibir atención sanitaria y permanece en observación.

SE ANUNCIAN NUEVOS RECORTES

Se prevé que continúen los recortes tanto en educación como en política social, con lo que de nuevo veremos cómo se disminuirá el número de docentes……………

-FIN-

Basado en un hecho real sucedido el 28 de Septiembre. Os dejo enlace a aquella noticia que inspiró este cuento:




1 comentario:

  1. Las situaciones que nos rodean se reflejan en todo lo que hacemos, mejor que salga en forma de escrito, es una hermosa manera liberar tensiones y sentimientos. Abrazos, princesa.

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