martes, 8 de mayo de 2012

¡¡ME QUIERO REÍR!!

     Pues sí, que ya me canso de tantas malísimas noticias y lo único que me apetece es reírme un rato. Como creo que esto les puede pasar también a los demás, intento poner una sonrisa en mi blog, y por pequeña que sea, ya me habrá merecido la pena este relato que hoy comparto, como siempre, con la esperanza de que sea de vuestro agrado.


¡¡AY, QUE ME RONDA UN BOMBERO!!
         
         Día uno de mayo de 2012, sí, día del trabajo, y yo en el paro, para celebrarlo bien. Una persona más de entre esos millones de españoles que sin comerlo ni beberlo se han visto abocados a una crisis que hicieron otros y pagamos los de siempre, los obreros, los trabajadores. Resumiendo, que fruto de todo el barullo económico que vivimos, mi jefe, el dueño de una cafetería, me dijo una mañana que no quiero recordar pero que tampoco puedo olvidar:
         -Mira, María, que eres muy maja, que trabajas muy bien, que tienes don de gentes y un salero que da gloria estar contigo…
         “O me asciende o me despide-pensé mientras le escuchaba- y como ascenderme no puede porque sólo estamos él y yo, seguro que me despide”
         -Pero…-siguió diciendo él mientras agachaba la cabeza, de lo cual deduje que no me iba a nombrar socia mayoritaria del negocio- desde que quitaron de fumar… bien sabes tú cómo han decaído los ingresos…no hace falta que yo te lo diga, ya ves de sobra lo que entra en caja, los gastos son los mismos, todo se ha encarecido…
         Vamos, que me despidió.
         Y de la noche a la mañana, me vi en la calle, yo también con los mismos gastos, pero sin ingresos, tramitando un subsidio de desempleo que no sé cuándo me pagarán y haciendo más cuentas que cuando iba al colegio, pero igual que entonces, nunca me salen, ¡qué mala fui siempre para las matemáticas, joer!


        
¿Y qué consuelo encuentro? Pues como muchas otras “personas humanas” , darme al vicio de “internet”.
         Me he hecho más perfiles que si fuese egipcia de pura cepa, me he apuntado en tantas redes sociales que he tenido que hacer una lista con las claves, los links, los niks y los usuarios de cada una de ellas, una lista que parece un tomo de patología médico quirúrgica de lo gorda que es, me he dado de alta en grupos de solteros, separados y viudos con el único afán de “conocer gente”, como si hasta ahora no hubiese conocido nunca a nadie sin necesidad de teclados ni pantallas …
         Eso sí, lo que no hice, en principio,  fue mentir, más que nada porque luego se me olvida en lo que he mentido y es un lío de padre y muy señor mío saber quién se supone que soy en cada momento. No, no, mejor la cruda realidad, el que quiera hacerse mi amigo que se haga y el que no, que lo deje, pero con la verdad por delante: separada, cincuenta y tantos, dos hijas mayores, una nieta y media, y en el paro. Talla cuarenta y ocho, para más señas.
         Es lo que hay.
          Y estaba convencida de que no importa tanto lo del perfil, que lo que importa es la amistad, formar grupos, reunir gente con las mismas características y todo eso.
         Pero sí que importa, por lo visto, importa mucho porque, por toda amistad, me agregó al facebook una señora de Cuenca que buscaba gente para formar un grupo de encaje de bolillos, y un chaval de Navalcarneros que me preguntó si quería entrar a formar parte de un grupo que estaba creando: “Señoras mayores que se apuntan al Facebook sin tener ni idea de lo que es”
         Bonito panorama ¿no? Ni mis hijas me quisieron agregar como amiga:
         -¡Mamá, por Dios! ¿Pero a quién se le ocurre? Déjate de chorradas y vete al Bingo, anda, que te va a entrar una depre…
         Estoy yo como para ir al bingo. Como no compre los cartones a plazos lo llevo claro.
         Así, que, mentí.
         Un poco, no mucho.
         Pero, mentí.
         “Treinta años, alta, rubia, talla 40, directiva de una empresa de telecomunicaciones, soltera, y sin hijos (“ni nietas” añadí, por si acaso).
         Amigas, me salieron pocas, la verdad, ya se sabe que las mujeres somos muy nuestras para eso de admitir a un “pibón” entre nuestras amistades, por muy virtuales que sean, pero amigos sí que salieron algunos, tampoco un aluvión como yo me esperaba, no, no, nada de eso, se ve que la cosa está cruda para todo el mundo, así que, tampoco me solucionó el problema esa “leve” transformación en mi perfil, y no me quedó más remedio que seguir tirando de las amigas de siempre, las reales, las que no están en ninguna red, sino en su casa, como yo, alguna afortunada con un trabajo más o menos aceptable, otras cobrando el paro, y otras, ni eso.
         Pero hete aquí que un día…
         Pues eso, que un día recibo en mi correo, no en los buzones de solicitudes de amistad ni nada de eso, no, en mi correo personal: hastaelgorrodecrisis@llajú.com  un e.mail con el asunto “quiero conocerte”. ¡Eso sí que es un asunto y lo demás son tonterías!
         Y viene con el sello especial que trae cuando es de un organismo oficial: “Cuerpos y fuerzas del estado. Sección de extinción de incendios”
         “¡Dios! ¿Qué he hecho?”- me pregunté pensando que era una multa o algo así, pero yo no enciendo muchos fuegos últimamente, y además, en una multa no se pone “quiero conocerte”, si acaso, “quiero sablearte”, así que, sin más dilación, me adentré en la lectura del cuerpo de bomberos, perdón, quiero decir, del cuerpo del mensaje (¿en qué estaré yo pensando?).
         “Me llamo Roberto, trabajo como bombero, mis aficiones son rappel, escalada, paracaidismo, alta montaña, ala delta y senderismo. Soltero, sin cargas familiares, cuarenta años. Sólo busco amistad”.
         “¡Pues la has encontrado!”- pensé yo para mis adentros, porque amistad se le da a cualquiera ¿no?, eso no tiene ningún peligro, ni es nada malo. De toda la vida de Dios la amistad ha sido algo positivo para los humanos (y hasta para los inhumanos, si me apuras).
         Así que hala, le contesté que bueno, que dado lo parecido de nuestras aficiones, a mí también me gustaría conocerle.
         Y en vez de entrar en la “depre” esa en la que decía mi hija que iba a entrar, me dio un “subidón” de alegría, de optimismo, como de energía, vamos, que lo veía todo menos negro (gris marengo, que ya es algo), fíjate que hasta el paro, me parecía menos paro, no sé, como menos grave, yo qué sé.
         -Que me ronda un bombero- les dije a mis amigas.
         -¿Un bombero?¿Dónde? ¿Cómo? ¿Cuándo? Y sobre todo ¿por qué?
         -Pues porque tenemos aficiones parecidas.
         Cuando les conté cuáles eran sus aficiones, casi les tengo que poner oxígeno para reanimarlas del ataque de risa que les dio.
         La envidia es muy mala, ya se sabe, y un bombero es un bombero aquí y en Lima. Tú le dices “bombero” a una chica y nadie trae a su mente la imagen de un señor bajito, gordete y calvo ¿a que no? Los habrá así, no te digo yo que no, pero los que salen en los calendarios no son esos.
         -¿Pero cómo que tenéis aficiones parecidas? Si tú lo más arriesgado que has hecho en tu vida ha sido comerte un chicle con azúcar…
         ¡Cuánto daño han hecho “nueve de cada diez dentistas” con lo de los chicles ¡ ¿Verdad? Pero más daño hace la inquina, la ignorancia, la realidad, vamos, porque mis amigas no podían aceptar que yo estuviese recibiendo propuestas de conocerme por parte de alguien así, y no me dejaban disfrutar del gusto de abrir el correo y leer:
         “Te quiero conocer. ¿Quieres rappelar conmigo?”
         Reconozco que tuve que buscar en el Google lo que es “rappelar”, porque a mí me sonaba a Rappel, el vidente ese de la tele que va con túnicas y taparrabos de leopardo. Tengo que decir que cuando supe que hacer rappel es bajar por una montaña dando brincos con una cuerda, hubiera preferido mil veces que se hubiese referido al vidente, la verdad.
         Yo necesitaba ilusionarme, a veces es solo eso, la necesidad de tener una ilusión, de olvidar problemas, de alimentar sueños , lo que nos hace falta para poder seguir viviendo, que no sólo de pan vive el hombre   (ni la mujer), y por eso procuré hacer todo lo posible por si un día mi bombero y yo nos encontrábamos.
         Me apunté a un cursillo intensivo de actividades de riesgo.
         Y sí, es un riesgo apuntarse a estas actividades.
         El monitor ya me miró mal, lo sé, mis años no entraban en la media de edad del grupo en el que me insertaron con calzador, porque no sabían dónde meterme.
         Juro por mi vida que quise ser valiente, que me esforcé todo lo que pude, pero cuando me pusieron entre todos el arnés ese que es como unas bragas en las que sólo está la goma de fuera porque tela no tienen,  y pretendieron lanzarme por una pared (que ni siquiera era montaña, era pared de cartón piedra), me dio tal vahído, que salí de allí corriendo con arnés y todo, y eso que las cuerdas me perseguían por todo el gimnasio como culebras enloquecidas por alcanzarme.
         De allí nos llevaron al río, pero vamos, con el piragüismo ya ni lo intenté, ni con el descenso de rápidos, ni con el vuelo sin motor, porque me da miedo volar con motor, o sea, que si me lo quitan, ya ni te cuento.
         El único descenso que tuve fue el de la moral, que cayó al suelo estrellándose estrepitosamente contra mi cruel realidad: si leer libros o escuchar música están consideradas actividades de riesgo, vale, si no, efectivamente mis amigas tenían razón y por más vueltas que le diese, mis puntos en común con el bombero, se estaban poniendo muy difíciles de localizar.
         Estaba yo pensando en cómo podría hacer para no perder la oportunidad de conocerle, de entablar con él una amistad (o lo que surja), de que aquella ilusión no muriese antes de nacer, cuando, lo que son los sueños, sentí en mi cabeza una sirena que zumbaba insistente y machacona; es más, hasta me parecía oler a chamusquina y todo, tan real era el sueño que hasta me dio la tos del humo que estaba entrando por debajo de la puerta. ¿Se puede soñar despierta con un bombero y ahogarse por el humo?
         Unos timbrazos estridentes me confirmaron que no, que no se puede, que lo que estaba pasando era otra cosa, pero yo estaba a lo mío, y claro, es lo que tiene ofuscarse en los problemas propios:
         -Buenos días- dijo un hombre al otro lado de la puerta que yo estaba abriendo tanto como los ojos, que se me habían quedado sin pestañear al ver delante de mí a un ¡bombero!
         ¡Dios! ¡Me había encontrado! ¡Estaba allí! ¡Era él! Si es que no se puede ser tan maja como yo, que luego pasa lo que pasa, que no pueden vivir sin ti.
         -¡No me gusta rappelar!- acerté a decir por todo saludo.
         -Me parece muy bien, señora, cada uno es muy libre de hacer lo que quiera con su tiempo, pero es que…
         -Ni siquiera sé nadar, me acongoja meter la cabeza debajo del agua, o sea, que no pienso descender ningún río metida en un bote de plástico- le dije yo entre tos y tos.
         -Todo eso está muy bien, pero…
         -Y de hacer parapente, ni hablamos, ni ala delta, ni gamma, ni beta, no quiero volar y punto. Fíjese que no subo por el ascensor porque me da miedo…
         -No se preocupe, el ascensor no funciona, baje por la escalera con un trapo mojado en la nariz y la boca, en cuanto puedan volver a sus casas les avisaremos.
         -¿Pero usted no se llama Roberto?- pregunté con un hilillo de voz que asomaba entre la vergüenza y el apabullamiento.
         -Pues no, me llamo Genaro, pero vamos, que no creo que eso importe en estos momentos en los que la casa de su vecina está ardiendo y estamos intentando que el fuego no se extienda.
         Salí de allí todo lo rápido que me permitieron mis piernas, que para rappelar puede que no sirvan, pero para escapar del fuego no veas lo ágiles que las tengo. Me vino bien el humo, la verdad. A ver, quiero decir que me vino bien como camuflaje barato porque como todos los vecinos que nos arremolinamos en la calle estábamos igual de rojos no se me notaba la humillación que había sentido ante el bueno del bombero Genaro al que yo me empeñaba en poner a rappelar mientras él quería simplemente hacer su trabajo.
         ¡Qué vergüenza tan gorda, madre mía! ¡Qué mal rato estaba pasando cada vez que el buen hombre pasaba por mi lado moviendo la manguera (la del camión) y apagando, no sólo el fuego, sino también mis ínfulas conquistadoras.
         La culpa la tenía la vecina por dejarse la sartén encendida, aunque ella decía que no, que la culpa la tenía la Belén Esteban, que la había distraído ¿me entienendeeeeeeeees?
         -A ver, no se preocupen, que el humo es muy escandaloso, pero no ha habido daños personales, eso es lo más importante- dijo el bombero Genaro, queriendo tranquilizar al vecindario.
         Pero sí que había habido daños personales, los míos, mi autoestima se había quedado churruscada , reducida a cenizas, pisoteada entre las llamas que los bomberos apagaban con gran eficiencia.
         -¿Se encuentra usted bien, señora? ¿Quiere que la acerquemos a urgencias? ¿Se marea?
         ¡Más majo, el Genaro!
         Ganas me dieron de incendiar otro par de sartenes para que no se fuese de allí todavía.
         -Ahora que ya ha pasado el peligro vamos a subir a las casas con ustedes para comprobar que todo está en orden.
         Hombre, en orden, lo que se dice en orden, no estaba nada porque ya se sabe que los bomberos son como las tropas de Atila, apagar apagan, pero, madre mía cómo dejan todo…
         -A ver, yo voy a subir con esta señora, que la veo mareada…
         Ni mareada, ni nada, yo estaba con una sobredosis de vergüenza, ni más ni menos, por haber confundido a aquel señor tan majo con el bombero de mis sueños, o sea, de mis correos, pero el bueno de Genaro me hacía un caso tan especial, que me agradó, ¿para qué voy a decir otra cosa?
         Y mira que su parecido con el otro era inexistente, porque vamos, a este no le dejaban ponerse en los calendarios ni para repartirlos por los kioscos: no bajaba de los sesenta años y  entradito en carnes.
         -¿Quiere usted tomar algo?- le dije al llegar a casa, porque se le veía tan caluroso y fatigado…
         -Un vasito de agua sí que le agradecería, sí.  Menos mal que su familia no estaba en casa cuando se produjo el fuego…
         -Vivo sola- le dije yo.
         -Como yo- añadió él entre trago y trago- ¡Qué “jodía” es la soledad!
         -Pues sí... ¿No quiere tomar nada más? ¿Un refresco o algo?
         -No, estando de servicio no puedo, pero bueno… yo termino a las nueve, si quiere…
         -Sí quiero- le dije como si estuviese delante de un cura en vez de estar delante de un bombero sudoroso.
         Y en eso estamos, hemos salido un par de veces y, oye, es la mar de agradable, además, no le gusta tirarse por las montañas, ni volar, ni nada de eso, le gusta la pesca con mosca, que de riesgo no creo yo que tenga mucho, no se puede comparar una caña de pescar con un ala delta, la verdad.
         ¿Y qué fue de Roberto? Pues muy sencillo.
         Hace unos días recibí un nuevo e.mail en mi correo avisando de que anda circulando por la red algún desaprensivo que, utilizando el anagrama de un organismo oficial, se hace pasar por bombero atractivo y tentador para embaucar a alguna incauta y poco a poco hacerse con su clave y robar todos los datos de cuentas bancarias.
         ¿Quién puede caer en esas estafas hoy en día?  

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Beatriz Berrocal Pérez
León. Mayo de 2012

3 comentarios:

  1. Si con este relato nos e incendia la red, es que ya está el personal "chamuscao"

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  2. Lo que nos hace falta, sentido del humor y buen rollo, que para asuntos feos ya esta la realidad. Tierno y emotivo, como tú.

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  3. Si le cuento yo este relato a la protagonista,(qué no sé lo contaré ,capaz que se lo aprende de memori y no lo olvida )y por otra parte ,si lo que pretendias era hacer reir, ja,ja,ja, lo conseguisté ,y es que tienes un arte para entrar en los personajes ,que cuanto más te conozco ,más admiro esa capacidad de expresión y como transmites Sentimientos y estados emocionales. "Como la vida misma ".Un abrazo monstruoso.

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