domingo, 17 de enero de 2010
HAITI
En un minuto, en un sólo minuto puede venirse abajo una ciudad y dejar sumidos en la miseria a sus habitantes, en una miseria en la que ya vivían, pero que ahora se ve incrementada por lo único que no tiene remedio, que es la muerte, la pérdida de vidas, de seres queridos que por mucho que la ciudad se reconstruya, no volverán jamás.
Seguramente esté todo dicho y durante muchos días seguiremos viendo y oyendo testimonios estremecedores, caritas de niños con unos ojos enormes y asustados, con heridas externas que se irán curando y otras internas que nunca curarán, porque allí no van a poder llevar a los niños al psicólogo para superar el trauma, allí lo único que pueden hacer es pensar si tendrán algo que llevarse a la boca, y con eso ya tienen bastante.
Aunque esto no tenga nada que ver con la literatura, no puedo dejar de poner aquí unas palabras para, simbólicamente, enviar un enorme abrazo que a lo mejor nunca llega, un poco de ánimo que posiblemente no sirva de nada y todo el amor del mundo a un lugar en el que de poco va a valer cuando el estómago, ajeno a lo ocurrido, reclame un alimento que no hay.
Admiración, cariño y respeto para las personas que vuelcan su actividad en ayudar, en poner una palabra de orden donde reina el caos, en intentar canalizar toda esa ayuda que llega pero que hay que distribuir mientras la música de fondo es el llanto por los que se han ido y el escenario es como el de una película de terror, de las que dan mucho miedo.
Mi corazón en estas letras, porque escribir es también escuchar, ver, comprender lo que ocurre alrededor y esta vez toca tristeza.
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