viernes, 21 de agosto de 2009

LAS MUSAS ESTÁN DE VACACIONES








Claro, pero se han ido sin permiso, así que tendrán que irse poniendo su traje de volver a la realidad (como tod@s) y mentalizarse de que los días de holganza se están acabando.

Para ir abriendo boca a ese otoño que pronto llegará cargado de nuevas ilusiones con forma de escritos, vamos a dejar hoy aquí un cuento.


Pertenece a la colección "Colorín, colorado" que escribí hace ya algunos años con la ayuda de mi hijo mayor, que me ayudaba en las ilustraciones, él tenía entonces seis años y yo... unos pocos más (taytantos).


Este libro es entrañable para mí, porque fue una labor de chinos, escrito todo a mano, con letra de caligrafía y dibujos de colores que hacíamos como podíamos los dos.
Como anécdota, os contaré que lo vio una vez un amigo de mi marido y le ofreció quinientas mil pesetas, que hace diecisiete años, eran un montón ( y ahora también aunque sean en euros), pero no se lo dí, y no me arrepiento, a estas alturas no tendría ni el libro ni el dinero.
Hoy no lo vendo, lo regalo. Aquí, en mi blog, a ratitos cortos lo iremos desgranando, además, la idea se le ocurrió a mi hijo, el mismo que me ayudó a dibujar entonces y que hoy está ya escribiendo sus propios libros.
El cuento de hoy se titula "El país del revés":
Érase una vez un país tan raro, tan raro, que todo allí sucedía al revés. Sí, sí, al revés.
Los gatos adoraban a los perros, los ciempiés sólo tenían una pata, la lluvia caía para arriba, y los camellos no tenían jorobas. Todas las cosas estaban tan cambiadas que no había quién lo entendiese.
Un día llegó a aquel país una ratita muy pequeña que había huído de su casa porque un gato se había comido a toda su familia, y antes de que se la zampase también a ella decidió buscar otro lugar donde vivir y cuando llegó al país del revés y vio todo lo que allí ocurría, pensó que estaba soñando: los coches andaban por los ríos y los barcos por las carreteras; los trenes volaban y los aviones iban siempre sobre las vías...
La pobre ratita no sabía sónde meterse y empezó a correr hasta cobijarse entre cuatro enormes columnas que de repente ¡empezaron a moverse! Aquello no era un refugio, era un enorme elefante que lejos de asustarse de los ratones como siempre nos han contado, se quedó prendado de nuestra amiguita.
Era un elefante tan grande que la ratita pensó que si se descuidaba un poco la aplastaría debajo de uno de sus enormes pies, pero en vez de eso, la cogío con sumo cuidado para poder verla mejor. Ella gritó asustada pero cuando estuvo cerca de su cara y vio la mirada tan cariñosa con la que la estaba observando, poco a poco, se tranquilizó y al cabo de un rato, se acomodó en el lomo blandito del elefante, que la paseaba orgulloso por las calles de aquel extraño país en el que todo ocurría al revés. Tanto era así, que hasta los gatos querían a los ratones, algo que la ratita no terminaba de creerse del todo, necesitaría un poco más de tiempo para no salir corriendo cada vez que se encontrase cerca de los bigotazos de un felino.
Sí, decididamente, aquel país era un estupendo lugar para vivir, sólo era cuestión de acostumbrarse a que el sol estaba brillando en el cielo oscuro de la noche, mientras que la luna salía de día; y también que en invierno se asaban de calor y en el verano se congelaban de frío; aunque lo más gracioso era ver a los pacientes curando a los médicos y a los conductores poniéndo multas a los policías... Todo aquello visto desde el altísimo lomo de un elefante, era todavía más divertido. Menuda suerte había tenido la ratita al llegar a un país tan especial.
Y como este cuento ya se acaba, y se trata de hacerlo todo al revés, en vez de decir "colorín, colorado" diremos: "érase una vez..."

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