Esto es lo que ocurrió hace unos días durante una
de nuestras clases virtuales.
Les había pedido a mis alumnos y alumnas de diez años que me
hiciesen una pequeña redacción sobre algo relacionado con la etapa de confinamiento
que estamos viviendo: un relato, un poema, una anécdota… algo que les
permitiese expresar cómo lo están llevando pues pienso que si para los adultos
es complicado, para los niños tiene que serlo mucho más aún. Francamente, en
estas circunstancias me da igual que sepan cuál es el complemento directo de
una oración o dónde se encuentra el atributo, la verdad es que de repente,
todos somos “sujetos pasivos”, sin predicado, sin sintagmas preposicionales o
adjetivales que nos adornen; prefiero que mis alumnos puedan exteriorizar sus
sentimientos, tiempo habrá para las oraciones y la sintaxis, sino este curso,
el que viene, que sin ello bien podemos pasar una temporada, pero sin abrir
nuestros corazones –los suyos en este caso—no conviene pasar demasiado tiempo.
Así pues, empezaron a leerme sus
escritos.
Uno escribió sobre la emoción que
sentía cuando salía a aplaudir con su familia cada día a las ocho de la tarde,
otro narró que había tenido un nuevo primo al que solo conocía a través de
vídeo llamada, una niña escribió un precioso texto sobre lo mucho que echaba de
menos a su abuelo, otra sobre lo extraño de tener que vivir con sus tíos pues
su padre estaba contagiado… en fin, no puedo poner aquí cada una de las
historias que mostraron a través de sus textos aunque todas serían dignas de
ello pues cada quién contaba a su manera algo que le resultaba llamativo de
estos días en los que todo es tan diferente, en los que la simple premisa de
quedarnos en casa ha variado tanto nuestras vidas. Ya digo, no puedo trascribir
aquí sus voces porque sería demasiado extenso, pero sí que me gustaría
compartir con todo el que me lea la narración de uno de mis alumnos —pongamos
que se llama Luis García, para proteger su verdadera identidad—que no solo
logró conmover mi alma de maestra, especialmente sensible en estas
circunstancias, sino que llegó también a lo más profundo de los corazones del
resto de compañeros que, aún a través de algo que puede parecer tan frío como
es una clase virtual en multipantalla, temblaron de emoción al escucharlo.
Comparto pues, contando con su
permiso y el de su padre, lo que Luis García tituló “No es un héroe”:
“Llevo poco tiempo en este colegio, ya sabéis que llegué cuando el
curso estaba empezado lo que hizo que me costase más hacer amigos. Eso fue
porque a mi padre lo trasladaron del trabajo desde la ciudad donde vivíamos
hasta esta que me gusta menos pero me tengo que aguantar. No me costó irme del
otro colegio porque allí todos se reían de mí por una cosa que luego voy a
contar. Me pusieron el mote de “El Fune”, y con él me quedé hasta que nos
fuimos. Cuando llegué a este colegio me pareció bien empezar de cero, sin que
nadie me conociese, sin motes ni burlas, sin que se supiese nada de mí ni de mi
padre o de nuestra vida”.
(Tengo que decir que mientras
escuchábamos su relato, el silencio fue haciéndose cada vez más intenso, y como
si los hados de las tecnologías se hubiesen puesto a favor de Luis, la
conexión, que a veces fallaba más de la cuenta, se mantuvo sin altibajos dando
la impresión de que no quería cortarse para no interrumpirlo.
Para que los lectores se hagan
una idea, indico que Luis leía muy despacito, sin levantar la vista del papel
que temblaba un poco en sus manos, y que sus compañeros lo escuchaban con la
misma atención con la que lo estaba haciendo yo. Sigamos pues.)
“Me cuesta bastante decir que desde que llegué en enero he mentido en
una cosa, lo voy a decir ahora y así explico también por qué lo hice. Os dije a
todos que mi padre es médico del corazón, pero eso… no es verdad.
Estos días de la cuarentena muchos de vosotros me habéis preguntado en
qué hospital está, si se encuentra bien, y si trabaja mucho… Yo me he inventado
que está en el Universitario, que está bien y que casi no viene por casa porque
trabaja mucho salvando vidas. Creo que hubiera podido dejar la mentira más
tiempo porque como no vamos a clase y solo nos vemos por Internet, es más fácil
mentir, pero es que el otro día, Iker me dijo una cosa que me hizo sentir una
vergüenza muy gorda. Me contó que cuando sale a su ventana a aplaudir lo hace
pensando en mi padre porque es un héroe, y entonces me entró como un calor en
la cara y me di cuenta de que no podía ser así.
La única verdad que he dicho es que a mi padre casi no lo veo porque
trabaja mucho, solo que no es por salvar vidas, porque no es médico del
corazón, ni de los pulmones ni del hígado siquiera. Él no trabaja con la vida,
sino con la muerte. No es un héroe. La verdad es que mi padre… entierra a la
gente que se muere antes.
Ya lo he dicho. Ya sabéis por qué me llamaban “El Fune”, por lo de
fúnebre y eso.
Mi padre no es un héroe ni nada, pero estos días trabaja tanto que se
le están poniendo los brazos como los de Hulk.
Pues eso, que él es solo mi padre, nadie le aplaude, pero yo hoy sí.”
Y empezó a aplaudir, primero él
solo, y después todos sus compañeros y yo misma que casi no podía ni hablar
pero acerté a decirle que hay héroes de muchos tipos.
No puse deberes para el día
siguiente, si estas redacciones les sirven para pensar un poco en lo que hemos
escuchado, ya me doy por contenta ¿no les parece?
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