Vamos a llevar a los yayos a la “cagalbata” de los Reyes.
Nosotros no queremos ir porque
es de mentiras.
-Los Reyes no pueden estar en
todos los sitios a la vez, así que mientras los de verdad van repartiendo
juguetes, en cada pueblo ponen unos de mentirijillas para hacer la fiesta y que
les haga ilusión a los niños.
-Sí, mamá, pero es que a
nosotros no nos hace ilusión ver a Paco, el de la panadería, con una barba de
los chinos subido en el tractor, es que
no mola.
Lola tampoco quiere ir, la he
prometido mil partidas a las cartas de Pokemon si dice que
prefiere quedarse, da igual mil que dos mil porque solo sabe contar hasta tres,
pero ni por esas, no hay manera, los yayos
dicen que no se pueden perder las
“traiciones”, que las cosas
“traicionales” son importantes.
Este año papá no viene, qué
morro.
Y allí está Paco, sentado en
un trono que es una silla forrada de Albal, con un anuncio arriba que pone : “ Pan - panitos verdes y Pan – deretas, déjate de Pan – plinas y come Pan estas
fiestas. Panadería Paco – Merte”.
El otro rey es el padre de uno
que vino nuevo al colegio este año, se baja
a saludar a los niños, y Lola , que siempre quiere hacerse la graciosa,
le tira de la barba, pero es de verdad y el rey casi llora, menos mal que como
llora en extranjero no podemos entender lo que dice.
Al negro no le conozco, me
suena la cara, pero no sé quién es.
Empiezan a tirar caramelos de
unas bolsas enormes que llevan a su lado y entonces ocurre algo que es como
magia.
Los yayos salen como si fuesen
supermanes y se ponen a coger caramelos del suelo, pero no solo nuestros yayos,
también los de los otros niños, a lo mejor ocurre en todo el planeta, no lo sé.
Es como si los Reyes les
pusiesen otra vez de jóvenes porque no les duele la espalda, ni las piernas, ni
nada. Se dan empujones y todo, no queda en el suelo ni un caramelo.
El negro nos mira y nos tira
dos o tres puñados seguidos. Yo no cojo ninguno porque ni siquiera llegan al
suelo, y como se da cuenta, me tira otros cuantos solo para mí.
¡Ostras! A ver si han mandado
al negro de verdad. Se me pone la carne de gallina solo de pensarlo. Me quedo
paralizado, no me quita ojo.
-¡Vamos, Pepín, espabila!- me
dice la yaya- coge caramelos, hombre, no te quedes ahí pasmado.
Paso de los caramelos, yo sigo
flipando con el negro que no deja de
mirarme, me dan ganas de gritarle que me traiga este año la Play 4, la PS vita,
la Wii, la Xbox y que no se moleste con
la ropa, que ya tengo mucha, pero no me atrevo porque hay mucha gente.
Me saluda con la mano, qué majo es este negro, yo que
siempre había sido de Gaspar, me cambio
de rey ahora mismo. Menuda emoción, casi se me saltan las lágrimas.
Estoy casi seguro de que es el verdadero. Me vuelve a saludar, qué nervios.
Lola también le saluda:
-¡Hola, papi! “Tás mu bonito”.
A ver, que yo también le he
reconocido desde el principio, pero no he querido decir nada para no desilusionar a mi hermana.
Quiero irme a casa.
-¡Qué bien lo habéis pasado,
eh!- dice el yayo- ¿Ves, tontín? Y no querías venir.
Llevamos dos sacos de caramelos
que no comeremos nunca: nosotros, para que no se nos caigan los dientes, y los
yayos, porque ya se les han caído.
No entiendo nada, la verdad.
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