Otra de humor ¿vale?
Está todo tan feo ahí fuera...
JOROÑA QUE JOROÑA
Bueno, por fin es lunes, sí, he
dicho bien, por fin es lunes, porque para pasar un fin de semana como el que me
he pasado, que me den todos los lunes del mundo juntos.
Resulta
que después de una semana agotadora entre el trabajo de las mañanas y el que
estoy buscando para las tardes, llegó el viernes por la noche, me puse el
pijama, me metí en la cama con un buen libro dispuesta a relajarme un ratito, y
no había hecho nada más que leer la primera línea cuando sonó el teléfono
dándome tal un susto que se me rizó el pelo sin permanente ni nada.
-¿Es
usted la madre de Vanesa?- me dice una voz masculina al otro lado del aparato.
-No…digo..¡Sí!
¿Le ha pasado algo? ¿Quién es? ¿Dónde está la niña?
-“La
niña” - dijo con un cierto retintín mi interlocutor- está en la comisaría, así
que, cuando pueda usted, pase por aquí a recogerla.
-¿Pero
qué ha pasado?- pregunté con un hilillo de voz que me salió de no sé dónde.
-No
se preocupe, escándalo público…
¡Ah! Bueno… “escándalo público”,
entonces nada…ya no me preocupo…
¡Pero bueno! ¿Qué se creé esta
gente? ¿Que una está acostumbrada a que detengan a su hija de diecisiete años todos los días por escándalo público?
Me
vestí y salí para la comisaría lo más rápido que pude. Mientras iba conduciendo
con las manos temblorosas, suena en el radio-casette Camilo Sesto insistiendo
en que “ ya no puede más, ya no puede más…” Y, mira por dónde, me sentí
identificada con ese señor, porque eso
es exactamente lo que me pasa a mí desde hace ya tiempo, que ya no puedo más,
que estoy cansada y que no sé por qué me tienen que pasar a mí tantas cosas.
Mira
que le pongo buenas intenciones a la vida, mira que trato de cargarme las pilas
y desparramar buena energía a mi paso, pero es que vamos, no me sale ni una al
derechas. Y encima, Vanesa en la comisaría, pobrecita mía, a saber lo que le habrían hecho, que
últimamente se ve cada cosa…¡Angelito mío!
El día antes, estaba como una gatita mimosa acurrucada en la cama
conmigo, pidiendo, eso sí, porque cuando se pone así es porque quiere pedir.
Quería que le comprase un Ipad, que me tuvo que explicar lo que era, porque yo
con esos inventos ya me he perdido. Estuve contándole cómo hacía yo para
estudiar sin ordenador, ni internet, ni nada de eso, pero claro, ella cree que
en aquella época andaban los dinosaurios por la calle. Tampoco hace tanto, caramba,
me acuerdo perfectamente de cómo grabábamos la música de la radio, con un
magnetofón y dándole al “Play” y al “Rec” a la vez.
-¿Magneto- qué?- dijo ella mirándome como si no me conociese de nada-
¡Mamá! ¡Por favor! ¡Lo flipo contigo! ¡Qué antigua eres!
Sí, tendré que comprarle el chisme ese, pobre hija, es que soy muy dura…
Por
si llevaba poca prisa, me encontré con un coche de policía que me hizo una
señal para que me detuviese. “Mira qué majos -pensé- han mandado una patrulla
para escoltarme hasta la comisaría”.
-Buenas
noches- dije- Soy la madre de Vanesa.
-Mucho
gusto- me contestó uno de ellos- y yo el padre de Luis, pero estamos aquí para
hacerle la prueba de la alcoholemia, señora, no para hablar de la familia.
-¿La
prueba de la alcoholemia? ¡Pero si es que no puedo pararme! ¡Que tengo
muchísima prisa, hombre!
-A
ver, por favor, documentación…
-¿Del
coche o mía?
-De
los dos, señora, de los dos.
-Pues
no he traído ninguna, porque salí de casa muy deprisa, y la verdad es que
siempre lo llevo todo, pero hoy…no llevo nada…
-Mal
empezamos. A ver, coja este tubito y sople fuerte…
Según
voy a coger el chisme me tiemblan las manos y se me cae al suelo, si es que
tengo yo un pulso como para robar panderetas, de verdad.
-Está
usted muy nerviosa.
-No
señor, estoy muy tranquila, pero tengo prisa…
-La
prueba es negativa.
-¿Y
eso es bueno o es malo?
-Bueno,
mujer, bueno. Pero lo de la documentación…
-Mire
usted, la llevo siempre, ya se lo he dicho, pero es que hoy me llamaron porque
han detenido a mi hija y entonces salí corriendo de casa y claro…
Los
policías de verdad no son como los de “Los hombres de Paco”, qué va, esto no
tiene nada que ver, no vuelvo a ver una serie de televisión, son como los
anuncios de juguetes, todo de mentira.
Como no llevaba los papeles, me inmovilizaron
el coche, pero eso sí, me llevaron ellos a la comisaría, que se ve que se
habían cansado de hacer pruebas de esas y querían saber cómo acababa mi
historia.
“Menudo
viernes, y yo me lo quería perder. ¡Como le hayan hecho algo a mi angelito…!”
pensé
Ahora
me entero que los viernes por la noche, cuando quiere uno encontrar buen
ambientillo, no hay que ir a las cafeterías ni a las discotecas, no, hay que
darse una vuelta por la comisaría porque está aquello de gente hasta atrás. Una
hora me costó que me dejasen ver a mi hija, porque antes tuvimos que rellenar
todos los papeles míos, con la debida sanción por no ir documentada, y los de
Vanesa, confirmando que me hacía cargo de ella, que me la llevaba, que es mía
para siempre…
Juro
que a mí se me saltaban las lágrimas pensando cómo estaría la niña recluida por
allí en alguna mazmorra de aquellas, hecha una penita, sola y dejada de la mano
de todo el mundo.
Cuando
me pasaron a donde estaba ella, me la encontré con una tajada de aquí te
espero, bailando en medio de un grupito de seres humanos de su edad y en las
mismas condiciones psicológicas, y cantando a coro “Menos porras y más porros”,
o también otra muy bonita que decía: “Con tantos maderos, haremos lapiceros”.
Me dieron ganas de darle unos buenos azotes, pero me pudo la vergüenza y me la llevé de allí a toda carrera para que
nadie me viese salir de un sitio así y con una hija en esa situación.
Cuando
el taxi nos dejó en casa (no me devuelven el coche hasta que no presente la
documentación), estaba dispuesta a echarle una arenga de cuidado, pero se tumbó
en la alfombra de la entrada y se quedó como una morsa, dormida profundamente.
Y
yo me metí en mi cama, con la conciencia comiéndome la moral y preguntándome
qué demonios he hecho mal en la educación de mi hija.
Menos
mal que mi otro yo, se puso serio y me dio un sermón que no veas: “Pero vamos a
ver, ignorante de la vida, ¿cómo que qué has hecho mal? Llevas trabajando como
una leona desde que tenías quince años, has sabido llevar una casa y una hija
tú sola a pesar de tener unas deudas como los agujeros negros del espacio
interestelar, has sacado tiempo para jugar con ella, para leerle cuentos, para
hacer los deberes y para asistir a sus funciones en el colegio y a los
cumpleaños en los sitios esos llenos de bolas que hay un ruido que te mueres. Por
si esto era poco, te has comido su adolescencia con patatas (que jolín con la
adolescencia de la nena), tiene en su cuarto una tele de plasma con Blue-Ray,
una cadena musical, un móvil android (que vaya usted a saber lo que es, pero que
costó un pastizal)y una cámara digital, mientras tú sigues haciendo fotos con
las de carrete de toda la vida y sin saber programar el video para grabar
“Águila Roja” por no pedírselo a ella, porque se ríe y le parece muy triste que
su madre vea esa “basura”, pero la niña
escucha canciones de un grupito que se
llama “Los mojinos escozíos”, y que se baja de Internet en su ordenador
viejísimo y anticuado porque ya tiene tres años y “se peta que lo flipas”
Mi
otro yo, tiene razón en todo lo que dice, así que, no abro la boca, y le dejo
seguir, porque me reconforta escuchar estas cosas que nadie más me dice: “
Estás buscando otro trabajo para las tardes mientras ella se queda en casa
tocándose la barriga y hablando por teléfono con las amigas y los amigos esos
con los que alterna, que me da que son todos igual de trabajadores que ella.
Pero vamos a ver, zangolotina, ¿y todavía te preguntas en lo que has fallado?
Has fallado en la cantidad de caprichos que le estás dando, has fallado en que
con tu afán de protegerla no le estás enseñando lo que es la vida, y has
fallado en dejarla que haga de su capa un sayo y viva en los mundos de Yupi,
mientras su madre se deja la piel en el trabajo para que ella se queje de
todo”.
Así
que, me hice el firme propósito de que el mismo sábado iba a hacer las cosas de
otra manera: hablar con ella, decirle que tiene que trabajar si no mejora sus
notas, y castigarla sin paga por la faenita de la comisaría que no va a quedar
así. Que no se me olvide: hablar, trabajar y castigar. Es que, yo me conozco y
por la mañana no me acuerdo de nada, que no es la primera vez: hablar, trabajar
y castigar. Apliqué una regla de esas nemotécnicas: Ha-Tra-Cas, es fácil
“atracas”, como atracar un banco, sí, así ya no se me olvidaría.
Pero se me olvidó, claro que se me olvidó. Lo
de las reglas esas está muy bien para el momento, pero con una noche por el
medio, yo no me acuerdo de nada, y encima por la mañana me devano la cabeza:
“¿Qué palabra dije yo? ¿A-sal-to? ¿Se- cues-tro? Sí, era “secuestro” porque me
acuerdo que dije algo de un banco, y en los bancos secuestran siempre a
alguien, pero con “secuestro” no sé lo que quería decir, ¿Qué demonios era
“secuestro”? ¿Qué dije que tenía que hacer hoy?”
Y
así me quedé, sin acordarme de nada, con un complejo de amnesia que me dejó la
moral por los suelos, mientras mi “pequeña” seguía durmiendo el “pedal” que
llevaba la noche anterior.
Menos
mal que ya es lunes y la semana, aunque no ha empezado con muy buen pie, tiene
delante seis días más para remontar.
Esta
mañana fui a lo del trabajo para la
pescadería del supermercado, y cuando me vio el encargado me dijo: “Bueno... es
que yo había pensado en un hombre para este puesto…” . ¡Anda la osa! Para
colocar las pescadillas y los bonitos ahora hay que ser hombre… Esto es nuevo.
Me
dijo que le dejase el curriculum, que lo iba a estudiar, pero vamos, lo dijo
con la misma intención que me podía haber dicho que se iba a dar un paseo por
Marte y al regreso me llamaba. Se quedó mirando un poco los informes que
llevaba, así, por encima, como cuando yo echo un vistazo a "Jara y sedal", con el mismo interés, y de repente
dice: “¡Qué pena! No va a poder ser, porque veo que no habla idiomas” .
¿Idiomas? ¿Para una pescadería hacen falta
idiomas?
“Es que …vendemos mucho para el
extranjero, lo de exportar y todo eso, ya me entiende”.
Y claro que le entendí,vamos, que
quería darle el trabajo a un hombre y no sabía cómo quitarme del medio.
“Mire,
le dije, el puesto se lo da usted a José Luis Moreno, el de la tele, que creo
que habla siete u ocho idiomas y además, le puede poner voces a los pescados.
Yo es que sólo hablo el griego, mire mire: ¡Joroña, que joroña!”
Y
me fui, sin trabajo, pero más ancha que larga, porque está ya una muy harta de
que le tomen el pelo. El puesto se lo dieron a un vecino mío esa misma tarde,
que por no hablar, no habla bien ni el español, pero eso sí, al sitio le va que
ni pintado porque tiene una cara de besugo que no puede con ella.
Seguiré
buscando, claro que sí, porque han dicho en la tele que las mujeres ya no
tenemos problemas de discriminación laboral, bueno, unos pocos, pero casi nada,
y entonces yo ya estoy más tranquila.
Mientras tanto voy a seguir tomando café
para juntar muchas etiquetas de esas, de los frascos y mandarlas a ver si me
toca un sueldo para toda la vida. Eso sí, en los datos personales, voy a poner
que me llamo Ambrosio, no sea que para esto también hayan pensado en un hombre
y me joroben.
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Como siempre, si te hice sonreír, ¡qué bien!
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