miércoles, 26 de mayo de 2010

HOY: UNA RECOMENDACIÓN

        Un libro para pequeños, pero con un formato grande, apaisado y original, lleno de colores, que es lo que más les gusta a los niños.
       
        Está comercializado en España por la editorial Edelvives (2003) aunque proviene de Belgica, donde fue editado en 2002. Su autor es Cyrill Hahn.

Aparte de esos dibujos tan elocuentes, en los que se ve lo pequeñito que se siente el protagonista entre los mayores, como les debe pasar a nuestros niños cada día, lo mejor es la historia, contada en cuatro líneas (ideal para ellos), y con un mensaje sugerente.




No importa lo pequeño que se sea, se pueden lograr muchas cosas si nos lo proponemos.







Incluso si se ríen de nosotros y no nos toman demasiado en serio.








Lo importante es tener una buena estrategia y estar convencidos de que podemos.

                                                                               
      ¿Cuántas veces les decimos a nuestros niños que no pueden hacer las cosas sin dejar siquiera que lo intenten?

        Con frecuencia nos sorprenden mostrándonos que nuestro instinto protector es superado por sus capacidades.

El pequeño pigmeo consigue convencer a los mayores de que es capaz de conseguir lo que nadie creía. 
Y se siente muy grande aunque siga siendo igual de pequeñito.

A mí me encanta.
A mi niño mucho más, porque como le ponemos distintas voces a los personajes y lo teatralizamos un poco, se lo ha aprendido de memoria y es una gozada escucharle cuando está solo y va contando el cuento a través de las imágenes, con la voz y las risas que yo pongo cuando se lo leo.

martes, 18 de mayo de 2010

¡¡MALPENSAD@S!!

       Puede parecer que no estoy muy creativa estos días porque me adueño de textos que me llegan a través de Internet, pero no es así, creativa estoy a más no poder porque de cualquier tema me surge una historia (esto, a veces es un rollo), lo que pasa es que este texto que pongo a continuación, me pareció simpático y me apetece compartirlo.
       Es una especie de adivinanza:

       Hacerlo de pie fortalece la columna,
       boca abajo estimula la circulación dela sangre,                        
       boca arriba es más placentero,
       hacerlo sólo es bonito, pero egoísta.                          
    
       ( y no es el deporte)



                                                                                                       
         En grupo puede ser divertido,
         en el baño es muy digestivo,
         en el coche puede ser peligroso...                                    

(tampoco son las carreras de coches, ni los yogures de fibra)



      



 Sigamos: sobre la mesa o sobre el escritorio,
antes de comer o en la sobremesa,
sobre la cama o en la hamaca, 
desnudos o vestidos...   

( Y no, no es eso en lo que estais pensando)    



Sobre el cesped o en la alfombra,
con música o en silencio,
entre sábanas o en el sofá,
hacerlo, siempre es un acto de amor...

(Que no es eso aunque lo parezca)





No importa la edad, ni la raza,
ni el credo, ni el sexo, ni la posición económica...

(¿Qué será? ¿Qué será?)






¡¡LEER ES SIEMPRE UN PLACER!!


¿A que somos
 un poco mal-pensad@s?


Las historias maravillosas que vivimos mientras leemos, el goce de escribirlas y compartirlas con los demás, todo esto escribe nuestra propia historia. Desde los cuentos infantiles que nos leían de niños y que ahora leemos a nuestros hijos hasta los apuntes que se organizan en interminables filas en el cuarto de los estudiantes, todo, forma parte de nuestra historia escrita, de nuestra vida.


 (PERO, HIJO, RECOGE UN POCO, QUE EL SABER NO OCUPA LUGAR, PERO LOS APUNTES, SÍ...)



                            ¿A QUE TENGO RAZÓN?
                                                          

                                   



                                                                                                                  

sábado, 15 de mayo de 2010

HOY JUGAMOS CON LAS LETRAS

La letra de este escrito no es mía, proviene de uno de esos correos que circulan por Internet, y como me gustó, la he tomado prestada para ponerla aquí. (Las fotos sí son mías).
A ver si os gusta:






LAS LETRAS PUEDEN SER ÚNICAS  










LAS LETRAS PUEDEN TENER MAYOR CONTENIDO











LAS LETRAS PUEDEN DAR PLACER...











LAS LETRAS PUEDEN TENER MUCHO PESO











LAS LETRAS PUEDEN SER ALUCINAN TES









 

LAS LETRAS TIENEN ALGO MÁS QUE DECIR








LAS LETRAS PUEDEN SER
IMPLACA BLES









 

LAS LETRAS PUEDEN SER DE GRAN AYUDA











LAS LETRAS PUEDEN SER 
EXPLOSI VAS











LAS LETRAS PUEDEN IMPLICARTE DE POR VIDA










LAS LETRAS PUEDEN SER UN ALIVIO...









LAS LETRAS PUEDEN CAUSAR DELIRIOS DE GRANDEZA
















LAS LETRAS PUEDEN SER MUY EXPLÍCITAS







Leer es comunicarse y soñar, imaginar, entretenerse, aprender, conocer...
Leer desarrolla el vocabulario, la comprensión y otorga un pensamiento crítico.





Las letras pueden ser definitivas:




lunes, 10 de mayo de 2010

LAS ÚLTIMAS LILAS

       Empiezan a florecer las lilas, y aunque las alteraciones de este tiempo loco las han malogrado, yo tengo un ramo de los que no se marchitan jamás, el que guarda el recuerdo.


       Este relato va cargado de ellos:


        " La casa de mis abuelos se ha quemado, y entre las llamas, se ha ido parte de mi infancia, de mis recuerdos, de mis raíces.
       Las paredes que alojaron los mejores veranos de mi vida, se han desplomado, se han carbonizado tiñendo de negro una parte de mí misma.



El abuelo hace cuatro meses que murió, así no ha podido verlo, no ha tenido que sufrir al contemplar tanto trabajo perdido, tanto pasado convertido en cenizas. La abuela todavía no lo sabe, está demasiado débil como para soportar otro disgusto, ella sigue anclada a sus recuerdos, manteniendo viva la ilusión de regresar a aquella casa algún día, porque aunque vaya olvidando muchas cosas, su casa no la olvida jamás. Tal vez sea mejor dejar que conserve la imagen del lugar que siempre fue, que no sepa que un desaprensivo se coló un día entre sus muros y dejó que ardiera parte de la vida de todos nosotros.
            Nací allí, porque antes se nacía en casa, y durante cuarenta años ha sido el sitio al que siempre he querido volver.
          Aunque el tiempo se hacía notar en las grietas de las paredes, en el crujir de la madera al pisar sobre ella, o en el movimiento de los mosaicos del suelo que se iban despegando, la casa siempre estaba allí, a mis ojos, sólida, imperturbable, formando parte de la historia, al menos de mi historia.
        Jamás se cambió nada de sitio, los adornos siempre han estado colocados igual, las fotografías en su lugar, los libros “amarilleando” fieles a su puesto, y el viejo juego de café, junto con el resto de vajillas que jamás se utilizaron, pero que formaban parte de la casa, que se reencontraban cada verano conmigo cuando año tras año regresábamos para que mi madre hiciera la limpieza general mientras los demás nos perdíamos entre los rincones de sobra conocidos.

Mi madre y yo regresamos el día que nos avisaron del incendio.
      Por fuera, seguía la casa en pie, pero al entrar y ver cómo parte de ella se había desplomado, no pudimos evitar un nudo en el estómago, las lágrimas que salgan o no están por dentro, el dolor al ver algo tan nuestro profanado.
     Mis sitios favoritos, los detalles que están grabados en mi mente, los sonidos, y el olor a limpio, el tacto de las cortinas recién lavadas, mis cinco sentidos crecieron en aquella casa y de repente se han fundido, se han tiznado igual que está todo, se han impregnado del olor a quemado que ahora tengo en mi ropa, en mi pelo, en mi alma…



      Salvé el cuadro, aquel cuadro que siempre colgó sobre la cama donde dormía: “Niñas al piano”, una copia del de Renoir. Ahora está en mi casa, inundando mi cuarto del mismo olor a quemado que tiene lo poco que se pudo salvar, pero no me molesta, ese olor también es mío, también formará parte de mis recuerdos para siempre.
       En el jardín que cuidaba la abuela las plantas crecen sin sentido, sin nadie que las guíe en su camino, luciendo para nadie, llenando el espacio con sus colores para que ningún ojo se deleite, oliendo para no llenar ningún pulmón con ese aroma especial que se mete por dentro del alma y se instala allí plácidamente.
        No sé para qué, pero los lilares han florecido. La abuela siempre tenía ramos de lilas en casa, de rosas, de dalias, de “bocas de dragón”. El fuego no llegó al jardín, pero es lo mismo, es un jardín sin destinatario, como una carta que se envía para nadie, como un beso que se lanza al aire y que se perderá absurdo, sólo, vacío.
           Hay que vaciar la casa, sacar lo que queda o dejarlo entre los escombros a lo que muy pronto se reducirá todo.
           La abuela no lo sabe.
          Ella que guardaba sus sábanas bordadas por mi madre, sin estrenar, por si un día venía el médico a casa, ella que tenía sus mejores camisones y las mantas de antaño con todo el cuidado del mundo para que las polillas no las deshiciesen…
          Y ya no hay nada, ella no lo sabe, pero de su cuarto no quedan ni las paredes, nada.
          En el salón mi madre se derrumba, los muebles de sus abuelos teñidos de humo negro, persianas derretidas, cristales estallados, cortinas deshechas…
         Abrir todos los cajones, sacarlo todo, profanar la vida de la abuela, y ella sin saberlo, hablando de su casa, planeando regresar, fiel a su recuerdo que permanece inalterable, porque ni los años ni la falta de memoria, lógica en su edad, han podido con la imagen de su casa.
        Llenamos cajas con trozos de vida, entre lágrimas y humo vamos abriendo puertas de armarios, mirando cajones...La abuela todo lo guardaba, lo nuevo, lo viejo, nunca tiraba nada, todo está allí, tal y como ellos lo dejaron la última vez sin saber que ya nunca volverían.
        No sé qué hacer, me duelen los brazos de tenerlos caídos a lo largo del cuerpo, de no saber qué hacer con ellos, de cambiar cosas de sitio porque no soy capaz de decidir lo que hay que dejar y lo que no.
        Me duele ver a mi madre sufrir de esta manera. Encima de la mesilla de noche está la última revista que leyó el abuelo, tal y como la dejó, y en el cajón, una cartera con fotografías y papeles suyos. Demasiados recuerdos para un día. Demasiados escombros fuera y dentro de nosotros.
        Cuando no podemos más, cerramos las cajas y nos vamos.
        Yo lo quiero todo, porque hasta el último detalle de la casa lo conozco desde que nací, me niego a borrarlo de mi mente, no me resigno a pensar que nada volverá a ser como antes.

        Cojo el pequeño cuadro en el que decía: “Dios bendiga esta casa”, y que ahora está en la mía. Me llevo la vieja mecedora de la abuela, aquella que ellos nunca utilizaron pero que acunó mis sueños veraniegos, que acompañó mis ratos de lectura, que meció las calurosas tardes del verano en aquel salón, junto al mirador, junto a los sofás que después de llevar allí más de treinta años no llegaron a estrenarse, porque así era antes, se hacía la vida en la cocina y el comedor era por si venían visitas, que como normalmente eran “de casa”, nunca se pasaban al salón.
        Mientras mi madre termina de recoger, me asomo por última vez a la galería, me dan ganas de meterme entre los barrotes de la barandilla para pasar a la terraza, como hacía de chiquilla.
        No puede ser, todo está negro, ahumado, tirado, rezumando soledad y tristeza, aquellas paredes que fueron mi palacio y mi guarida ya no encierran nada más que un inmenso vacío.
       Antes de irnos vamos al jardín y cortamos unas lilas. ¡Huelen tan bien!
       Huelen a niñez, a deseos de volver, a los abuelos despidiéndonos a la puerta, diciéndonos adiós con la mano. Huelen a ausencia de problemas, a tardes de descanso, a calor fuera, a fresco dentro, a flores en los jarrones, a sueños, a ilusiones...
      Han quemado la casa, pero no podrán quemar jamás el recuerdo que ha dejado en mí, que ahora quieren salir todos afuera, que se me clavan en el alma de tan recientes como me parecen, pero que un día reposarán tranquilos, se asentarán, volveré a recordar la casa como siempre fue, con los abuelos, con mi niñez, con las raíces de mi vida, que un día comenzó precisamente allí.
      De las paredes de mi casa cuelgan las cosas que traje de allí, es como si quisiera convertirla en una réplica de aquella: las niñas de Renoir tocan el piano en mi cuarto, la mecedora me espera en el salón, y algunos adornos de la casa están ahora ubicados en la mía. Tal vez un día, mis hijos lo tengan que desalojar, cuando yo no esté, porque mientras esté, lo quiero a mi lado, en mi casa, en mi vida, arraigado por dentro, para que si un día pierdo la memoria, su presencia me recuerde que la casa existió, que yo no lo soñé.
         Las lilas perfuman mi cuarto, también le hemos llevado un ramo a la abuela, que se ha alegrado mucho al verlas, y nos pregunta si en la casa todo estaba bien.
       Mi madre, con la pena atenazándole la garganta, le dice que sí, que estaba todo muy bien. Una mentira piadosa que parte el alma al decirla.
       Me siento más unida a mi madre, ella más fuerte, más activa que yo, pero unidas, con ese cordón umbilical que jamás desaparece del todo, y que se acorta cuando se comparten situaciones como la que hemos vivido.
       La abuela coloca las lilas en un jarrón, como antaño en la otra casa, la suya, la de siempre. Las huele, está contenta y hace planes para la próxima vez que la llevemos.
       Ella no lo sabe, pero las que tiene delante serán las últimas lilas".












domingo, 2 de mayo de 2010

                                     ¿DE VERDAD HAY QUE REVISAR LOS CUENTOS INFANTILES TRADICIONALES?

La campaña "Educando en Igualdad" promovida por el Ministerio de Igualdad,  propone que se fomente la búsqueda de cuentos que no sean sexistas, y que no situen a la mujer como mero elemento pasivo y decorativo. Hasta ahí, estoy de acuerdo.
Pero hay quien lleva esta recomendación al extremo de revisar los textos tradicionales para que se eliminen personajes o situaciones que puedan dar a entender a nuestros hijos que la mujer sólo sirve para estar guapísima esperando a su príncipe azul.
Hay que mirar las cosas con la perspectiva actual sin olvidar en momento en el que fueron escritos esos cuentos, la educación que entonces recibían hombres y mujeres, y la vida que se llevaba en aquellos momentos.
Nuestros hijos  no van a ser más o menos iguales por leer unos cuentos que han escuchado decenas de generaciones, porque un cuento se cierra al terminarlo y se vuelve a la vida real. Lo que puede afectar a nuestros pequeños es ver que su mamá es marginada en su propia casa, que tiene que hacer todas las tareas porque para eso es la mujer, que su papá trabaja fuera y por eso tiene otros derechos que la madre no puede ni soñar.
Pero si nuestros hijos ven colaborar por igual a su padre o a su madre, trabajen fuera o dentro
(que todo es trabajo), si ven que se ocupan de ellos y les atienden con el mismo cariño e interés, que se organizan y hacen maravillas con el tiempo para poder dedicarles lo mejor de cada día y que les hacen sentirse queridos... ¿Les va a preocupar si Cenicienta es un personaje machista o si La bella durmiente desprestigia la imagen femenina?
¡Por favor!  
También podríamos actualizar otras historias. ¿Se imagina alguien a Don Quijote escribiéndo un e.mail a Dulcinea o quedando con ella en el Facebook?
¡Caramba! Pues esto es lo mismo, cada cosa en su lugar.
Vamos a preocuparnos de educar a nuestros hijos dándoles un buen ejemplo y acercándoles a la lectura con los cuentos de hoy y los de siempre, que los niños son muy listos y saben discernir la realidad de la ficción mejor que algunos adultos.

sábado, 1 de mayo de 2010

                                                      
                                                             DÍA DE LA MADRE

      Mañana, primer domingo de mayo, se celebra el día de la madre. Mi pequeña contribución, como siempre, con palabras.
     Hoy, las imágenes las pone mi hermana, que ha hecho estas fotografias en su jardín.

Para mi madre, las flores,
el beso de la mañana,
posado como el rocío
entre hojas de colores. 









 Mis primeros balbuceos,
mi sonrisa desdentada,
mis pasos titubeantes
hacia sus brazos abiertos.






                                                                                











 Mis lágrimas infantiles,
mis novios de adolescente,
mis sueños para el futuro,
y mis temores pueriles.
La madurez que amanece,
la maternidad que imito,
la necesidad de ella,
los años que se adormecen.






 Para mi madre, palabras,
intenciones, alegrías,
logros, decepciones, risas,
para mi madre adorada.