Estoy escribiendo un texto para niños, hasta aquí, todo normal.
Escribir para niños con uno al lado (literalmente, al lado o encima) es muy tentador, así que, no me resisto las ganas de decirle eso de "¿Te lo leo a ver qué te parece?".
Mis hijos siempre responden que sí, claro, nos une un parentesco demasiado cercano como para arriesgarse a una negativa.En mi favor, tengo que decir que no suelo abusar.
Los hijos, como las madres, no es que sean los más imparciales del mundo, pero bueno, a un niño se le nota mucho si algo le gusta o no. El mío es muy discreto, si no le gusta mucho dice: "Sí, está bien...¿te queda mucho que leerme?"
Con eso ya me dice bastante, claro.
Este día ha sido diferente, le leí lo que tenía y me pidió más: "No puedo leerte más porque no lo tengo escrito". Fue muy motivador ver que se quedaba con ganas, e incluso que andaba detrás de mí: "Venga, mamá, escribe, que hoy no has escrito nada".
Lo mejor es que de él partió la idea de dibujar los personajes, alguno incluso antes de que yo le hubiese dicho cómo era, con lo cual me ha facilitado la labor, porque he creado ese personaje en función de cómo él lo ha imaginado.
Os presento a Martín, Irene y Goyito (un bebé grandote con chupete y gorrito de puntillas).
"¿Te das cuenta de lo que estamos haciendo juntos" le dije.
"Estamos creando" me contestó muy orgulloso.
Y es verdad, está todo ilusionado, hasta se ha puesto en el dibujo: "Javi, ilustrador, siete años".
Yo debería poner debajo: "Beatriz, autora, la madre (que lo parió), taitantos años".
Es genial tener hijos de todas las tallas: si escribo para mayores, tengo (dos); si es para adolescentes, tengo; si es para peques, tengo.
Pero sobre todo, si les necesito, les tengo (a los cuatro).
Hala, lo dejo, que me estoy poniendo de un tontorrón...
Voy a escribir otro poco, que si no, el ilustrador me da caña.