jueves, 21 de junio de 2012

UN CAFÉ AMARGO

      A veces, el temor a repetir experiencias negativas nos hace perder la oportunidad de vivir momentos mejores. No todo tiene que ser igual siempre. Lo lógico sería sacar de cada momento lo mejor, aprender de lo que no se hizo bien, y levantarse otra vez para emprender el camino, porque puede que en algún recodo nos aguarde algo digno de ser vivido.
      Eso sería lo lógico, claro...




           Caminaba despacito por la calle, al igual que lo había hecho siempre por la vida, y ligera de equipaje, lo que más le pesaba eran los recuerdos, y a esos no había quien los echase de la maleta.
            Las calles seguían siendo las mismas, un poco más modernas, claro, el tiempo no pasa igual para todos. ¡Quién pudiera revocar la fachada y rejuvenecer de verdad! De verdad, no como los artistas del colorín, que creen que se quitan años pero lo que se quitan es dignidad.
            Algunos edificios albergaban negocios diferentes, luces renovadas, carteles más llamativos, pero las hileras de gente que llenaban el asfalto eran iguales: vidas corriendo de un lado a otro, prisa, ajetreo…soledades al fin y al cabo.
            Ya no tenía el cuerpo para tanto bullicio, su catarsis necesitaba calma, así que entró en el pequeño café de la esquina (la llevaron sus pies allí, no es que ella lo buscase, es que los pies tienen memoria y reclaman su protagonismo de vez en cuando, que ya están hartos de que siempre se lo lleve el cerebro).

            Un joven camarero le preguntó lo que iba a tomar y tecleó en un pequeño ordenador el café descafeinado y con sacarina que le pidió. No andaba ya por allí el viejo Felipe con su delantal impoluto y su libretilla de espiral con el lápiz siempre afilado. Tampoco las mesas eran iguales. ¡Ni el café! ¡Madre mía! Qué malo estaba el condenado…
            Cerró los ojos que estaban empezando a humedecerse. Sería de la alergia, seguro.
            Y escuchó en el aire la pregunta que rebotaba desde tiempos tan pasados:
                        -¿Vendrás conmigo?
            Y el “no” que salió de su boca retumbó en sus sienes clareadas por los meses, por los años, por la pena.
            Volvió a verle ante ella pesaroso, pidiendo razones que le convencieran, que le dieran la esperanza que se negaba a perder.
            Y no pudo, no supo vencer el temor, el miedo. Demasiado daño en el alma, demasiado cariño entregado, echado al vacío de quien no supo apreciarlo, como para arriesgar otra vez.
            Y aquel “no” lastró su vida para siempre y la llenó de preguntas que jamás tuvieron ya respuesta.
            ¡Quién pudiera dar un paso atrás y cambiar las palabras en el tiempo!



Gracias por leerme



3 comentarios:

  1. El miedo no debe llevar el timón de nuestra vida. La teoría te la sabes. Para la práctica tienes mi mano tendida. Lo sabes.

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  2. EL CAMINO SUELE SER DIFÍCIL, PERO LAS ENCRUCIJADAS SON SIEMPRE DECISIVAS

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  3. No se puede uno arrepentir a un "no· si te han herido el alma o el corazon tan profundamente. Ojalá dijeramos un NO mas a menudo...

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