jueves, 2 de febrero de 2012

UN RELATO ¿POLÉMICO?

Hace algún tiempo tuve el honor de publicar este relato en el Diario de León, y para mi sorpresa, me llovieron los correos de asociaciones feministas y de varias mujeres que se sintieron ofendidas con el contenido de mi escrito.
Nada más lejos de mi intención que menoscabar la dignidad femenina, pero hay que entender que se trata de un relato, y que el autor/a no tiene por qué suscribir todo lo que escribe. Intentaba hacer comprender que Agatha Christie, por poner unejemplo, se hartó de contarnos asesinatos genialmente planeados y no por eso hay que pensar que ella era una asesina. De la misma manera, yo no comparto la actitud de la protagonista de este relato, pero ahí reside la magia de la escritura,en hacer sentir al lector que lo que lee es real.
Como no hay nada mejor que ver/leer para poder opinar, os dejo aquí el texto y ya me contais.








El otoño siempre fue la época del año que más me gustó, una estación sin grandes pretensiones, que casi pasa desapercibida, como si en vez de tener identidad propia fuese una simple transición entre el pretencioso calor del verano y la intimidación del invierno; un tiempo que discurre sin sobresaltos, pero que encierra una intensa vida.

Siempre me llamó la atención el cambio que se produce en los tonos de los árboles cuando Septiembre enfila la recta final, la forma de amarillear que tienen los campos, y la alfombra de hojas que acompañaba mis pasos de regreso a casa, como poniendo toda su caducidad a mis pies, intuyendo, tal vez, que ese tapiz multicolor iba a ser añorado por mí un otoño tras otro, cuando privada de pisarle, privada de todo, pudiese sentirme, al fin, libre para siempre.
Desde esta minúscula ventana que acompaña mis días, no puedo sino intuir el color arrebolado de los árboles que ni siquiera veo dónde están. Apenas vislumbro un trozo de cielo rayado de negro en la pequeña distancia que existe entre un barrote y otro. Si el azul es intenso imagino un día muy soleado, y si, por el contrario, mi pedazo de cielo está grisáceo pienso que tengo suerte de asomarme a una ventana tan diminuta que ni una nube cabe en el espacio de cielo que enmarca, un celeste cuadro que adorna la pared de mi celda. Pero a pesar de todo, me siento libre.

Libre porque no vivo obsesionada con sentir sus pasos cerca de mi puerta, que retumbaban en mi cabeza aunque estuviese muy lejos; libre porque no me tortura su recuerdo, que me quemaba el alma como si cada día amaneciese todo el sol del mundo dentro de mi pecho; libre porque mi corazón por fin se ha quedado a vivir conmigo, donde debe estar, de donde nunca debió irse y que, sin embargo, desoía mi voz y corría a su lado, para dejar de pertenecerme, para ser sólo de él, como en realidad era cada poro de mi piel, cada brillo de mis ojos, cada brizna de oxígeno que llenaba mis pulmones, porque hasta sin aire me quedaba cada vez que se iba de mi lado, y se fue tantas veces...

No le quería, porque querer es poco para lo que yo sentía por él. Querer no es nada, yo no quería ni siquiera amar, porque me faltaba sitio con ese verbo, no me cabían en él todos mis sentimientos, ni la mitad de mis pasiones y ni una cuarta parte del terremoto que se despertaba en mis entrañas cuando, como un animal en celo, imaginaba su proximidad.

Como no se han inventado las palabras que puedan recoger tanta fuerza, sólo puedo recordarlo, pero sin ponerle nombre, porque no lo tiene. Simplemente, me convertí en otra persona, me transformé en él mismo, me volví parte de su cuerpo cuando él estaba conmigo, de tal manera que cuando se iba, yo seguía sintiéndome él, para que su ausencia no me dejase sin aliento, para que pudiera, al menos, sostener la vida mientras regresaba.

Nunca supe dónde iba, no hice preguntas, sabía que era ave libre, que no podía anidar demasiado tiempo en el mismo sitio, que necesitaba abrir sus alas y volar sin límites para sentirse vivo, sin importarle lo que arrastraba a su paso, sabiendo como sabía que sin cadenas, me tenía amarrada a su piel como si la sangre que corría por mis venas fuese únicamente la suya.
Viví sus besos egoístas ahogándome en su afán de consumirme, escuché los susurros de su voz grave en mis oídos hasta tal punto que no sé si oía lo que deseaba, o soñaba lo que me hubiera gustado oír.
No podía hacerme suya, porque suya era desde la primera mirada, desde el primer esbozo de sonrisa en sus labios, desde la primera caricia que abrasó mi piel de tanto fuego como encendió. Era tan suya que aún cuando estaba dentro de mí, yo seguía dentro de él.
De mí se dijo de todo: que estaba loca, que era una perdida, que había enfermado de tanto dolor, y hasta que había sido víctima de algún extraño sortilegio que sin duda me había privado de la voluntad.
Burdas mentiras que la gente maquinaba para disfrazar la envidia que sentían al verme vagar por las calles esperando que volviera. Sí, porque no podía inspirar nada más que envidia viéndome destilar deseo en cada uno de mis pasos, sed de tenerle de nuevo, de que los días no tuviesen tantas horas; rabia de que los minutos fuesen tan sumamente largos cuando él no estaba y sin embargo, se esfumasen entre mis dedos sin darme cuenta cuando respiraba cerca de mi cuello, y yo sentía que el mundo se detenía porque no podía haber en todo el universo nada tan importante que pudiese competir con el hecho de sentir su boca casi mía.
Casi mía, porque tan suya como yo lo era, él nunca lo fue de mí.
Lo sabía, lo supe siempre, en la pequeña molécula de mi ser a la que se redujo mi cordura tuvo que hacerse presente la obviedad de que yo no era la única mujer en su vida, pero aplasté aquella miserable idea que alguna vez osaba asomarse desde la otra persona que yo había sido, la destruí con la misma fuerza con la que él me estrechaba entre sus brazos, intenté asfixiarla con los murmullos de placer que salían de mi cuerpo cuando él, simplemente me nombraba, pero no murió nunca del todo, aún no mataba yo bien.
Tan presa me fui sintiendo de aquella pasión, que sólo tenía mente para pensar cuándo volvería, no dónde se encontraría cuando no estaba conmigo.
Se burlaban de mí por esperarle, para hacerme sufrir me decían que no regresaría, pero como yo no tenía corazón porque él se lo había llevado, no podía sufrir ni padecer, sólo aguardar.
Todas las veces que se fue supe que tarde o temprano volvería.
Aquellos días los árboles estaban ya perdiendo el rojo intenso de todos los “octubres”, de nuevo las hojas mullían mis pasos y en vez de abrigar las ramas ante la llegada del invierno, sin piedad ninguna, las iban dejando cada vez más desnudas.
Le sentí, le pensé llegando aquella misma tarde y hasta el último rincón de aquel que no era ya mi cuerpo, se preparó para él convirtiéndose todo en una húmeda sonrisa.
Por la noche, que es cuando mejor se ama, sentí las hojas crujir bajo sus pies en torno a mi casa, como si necesitase marcar el territorio que de sobra sabía sólo suyo.
Creí que era mi propio cuerpo el que gemía de placer antes de tiempo, o que tal vez él me llamase de aquella novedosa manera, como los animales tratan de llamar la atención de sus hembras, y atraída por aquel sonido placentero que circundaba mi casa, bajé la escalera, presa como siempre, de todo cuanto de él viniera.

No sé qué sentido me avisó para que me detuviese a coger el cuchillo antes de salir, supongo que el instinto de supervivencia no emigró con el resto de mi ser cuando dejé de ser yo misma para ser sólo él, y sin que me diese ni cuenta siquiera, sujeté el cuchillo en alto mientras salía de mi casa en busca de aquella voz, de aquella risa, de aquel susurro que de no ser porque ya estaba segura que no procedía de mí, lo hubiese jurado de tan femenina como me sonaba.
No se inmutó al verme, ni siquiera al darse cuenta de que, ajeno a mi voluntad, el cuchillo seguía como un macabro estandarte de mis sentimientos en lo alto de mi brazo, siguió moviéndose rítmicamente sobre la mujer que tenía casi aplastada contra el suelo, justo debajo del balcón de mi cuarto, en el que tantas veces antes me había hecho sentir a mí lo mismo que en aquellos momentos parecía estar sintiendo ella.
Clavó los ojos en mí, para asegurarse de que lo estaba viendo todo. Me atravesó con la mirada fija sin dejar de bailar su cuerpo en ella. Y yo mirando.
Ella me estaba robando, y a mí no me gusta que me roben, no porque le considerase mío, sino porque nadie podía ni siquiera pensar en sentir lo que yo había sentido hasta aquel momento, porque no era verdad ni mentira, era sencillamente imposible.
Mientras me acercaba, él no apartaba la vista de mí, regalándome aquella sonrisa que tantas veces me había devorado, gozando de su cuerpo, gozando de mi dolor. Y yo mirando.
Debió de ser el destello que produjo el brillo de la luna sobre el filo del cuchillo lo que alertó la atención de la mujer, porque justo cuando iba a descargar el desaliento que me llenaba, en el medio de su pecho, se volvió hacia mí y me miró.
No era una simple mujer lo que tenía ante mí, era un espejo, un cruel espejo que me devolvía la mirada que hasta entonces había sido mía. Era igual que yo, otra prisionera de por vida, otro cuerpo que se había volcado en el suyo, otra víctima más de la tiranía de su boca, de sus besos, de su cuerpo, de su sincero engaño. Y él, pleno de satisfacción al ver la mirada de sus dos víctimas encontrándose, olvidó por completo el cuchillo que, desviando la trayectoria inicial, fue a clavarse directamente en su corazón para que por fin el mío quedase libre.

Creo que me encontraron allí, sin soltar el arma, horas más tarde, sin una lágrima si quiera, simplemente a su lado, por fin equilibradas las posesiones, por fin iguales uno del otro, sin hacer otra cosa que mirar al cielo, grabándome muy dentro aquel azul intenso, sentada entre las hojas sonrojadas por el otoño, que corría por mis manos rojas, por su pecho rojo, envolviéndolo todo, despidiéndose de mí, que libre por fin, estaré cautiva para siempre.

-FIN-

¿Era para tanto?

3 comentarios:

  1. Hola, la he visto en Faccebook y me ha interesado el tema por lo de polémico. Y mire, ya lo leí, pero considero que no es pólemico en si mismo, solo que deja en muy mal lugar a la mujer, en concreto a su protagonista. La mujer debemos tener un orgullo, una estima y una dignidad superior a cualquier manejo de un hombre y este personaje es una mujer atada, sin personalidad,sin poder desprenderse de ese sentimiento y dejándose ultrajar aquello que es lo mas valioso que tenemos que es nuestra propia esencia, aquella que nadie debe vulnerar. No es un ejemplo como mujer para que nadie siga, en todo caso, para que nunca haya mujeres asi que por si mismas no pueden ser felices. No quiero pensar que pueda haber aún mujeres asi, porque lo único que necesitan es ayuda, ayuda para ser libres y ser personas pero nunca para que aguanten bajo ningún concepto bajo la sombra de un hombre que ni siquiera la ama, tan solo la utiliza, como muchos hacen. Mas que polemico yo diria un aviso para que nadie sea mas ejemplo como ese personaje que has creado, que aún ficticio, yo pienso que existen mujeres asi, atadas a una necesidad de ser amadas por el hombre equivocado que tan solo las abocará a las profundidades de la oscuridad y baja autoestima. Prefiero pensar que ya no existen mujeres que incluso llegarían a rebajarse tanto por un hombre que no las quiere, que solo las utiliza a su antojo, de verdad Beatriz, prefiero pensar que ya no existen mujeres asi que se quieran tan poco y aguanten todo por tener las migajas tan solo de un hombre y no aspiren al todo. En el fondo me ha dado mucha pena el personaje, pero te agradezco el que lo cuentes, quizá sirva para que quienes lo estén pasando si se ven reflejadas, huyan corriendo de esa prisión y vayan hacia la libertad de ser uno mismo en toda su plenitud. Espero que no sea una experiencia real de nadie, porque entonces demostraría que aun en los tiempos que corre, aún hayan mujeres que se dejan pisotear su esencia y el respeto que se merece como mujer y como persona. Gracias por este relato y perdona mi extensión, pero me ha levantado el mas enérgico rechazo a que hayan mujeres que se dejan pisar y perder su verdadero ser por alguien que no las quiere. Las mujeres debemos querernos mas a nosotras mismas y no dar nuestro corazón al peor apostor...Un saludo.Tengo Faccebok por si quieres que sigamos comentando.

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  2. Perdona, las prisas y los dedos...quise decir al fiinal...que no debemos vendernos nunca pero mucho menos al pero " POSTOR", perdona y gracias

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  3. Gracias por tu comentario. Me encanta que este relato siga generando reacciones como la tuya porque si su lectura nos "escuece", significa que afortunadamente, es solo un relato, cuya historia nunca deberá salir de la pantalla del ordenador. Escribirlo es gratificante por lo que tiene de reto describir un personaje tan contrario a mí y una situación tan alejada de lo que concibo como lógico. Pero eso enriquece al escritor, le lleva a otros mundos a veces mejores y a veces, como en esta ocasión, peores.
    Vamos a pensar que ya no quedan mujeres así, ¿O no?

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