jueves, 18 de marzo de 2010

                                                             EL DÍA DEL PADRE

       Aunque son fechas comerciales, me apeteció escribir un relato para dedicárselo a todos los padres. A los que todavía los tienen a su lado, les deseo que lo disfruten muchísimo, y a los que ya no podemos hacerlo, un pequeño recuerdo en este día y en todos los demás.
      Como siempre, espero que os guste.

     

           Al finalizar la obra de teatro que acababa de representarse, el público ovacionaba al elenco de actores pues su trabajo había sido magistral, pero el aplauso fue aún mayor cuando quedó en el escenario la protagonista principal de la obra, María Medina, sobre quien había recaído el peso dramático del texto, al que había dado vida de forma excepcional.

La gente, puesta en pie, homenajeaba a la actriz con un interminable aplauso cargado de emoción.

-¡Pobre mujer!- murmuraba la gente- ¡Qué valor tiene! Está muriendo su padre y ella está ahí, trabajando…

La actriz agradecía el cariño del público bajando la cabeza humildemente, aunque sin dejar de observar a un hombre que ocupaba una butaca de la segunda fila, y que, si bien había aplaudido con ganas cuando todos los actores habían estado en el escenario, en aquellos momentos permanecía sentado en su butaca, sin aplaudir, mirándola fijamente, pero sin manifestar la menor admiración.

Cuando el telón cayó definitivamente, la artista, herida en su orgullo, pidió a uno de sus asistentes que invitase a aquel hombre a acercarse a su camerino, a lo que el espectador accedió sin problema.

-Disculpe mi atrevimiento, caballero- le dijo- pero he observado que mientras toda la gente me aplaudía, usted ha permanecido de brazos cruzados, sin embargo, cuando mis compañeros estaban conmigo en el escenario, aplaudía usted como el que más. ¿Debo entender entonces que mi actuación no le parece merecedora del menor aplauso?

El hombre, muy sereno, le respondió:

-No señora, nada más lejos de lo que usted ha creído. Su interpretación del personaje me ha parecido magnífica.

-¿Entonces?-preguntó ella sin poder comprender su actitud, acostumbrada como estaba a tener el público rendido a sus pies.

-Mire usted, el primer aplauso ha sido para todo el elenco de actores, por su estupendo trabajo, créame que se lo merecen, han estado ustedes brillantes. Pero el segundo, se lo ha dedicado el público que ha creído que usted se lo merece por estar hoy aquí a pesar de unas circunstancias personales ciertamente tristes.

-Efectivamente-confirmó ella- mi padre está agonizando en estos momentos, es más, tal vez haya muerto mientras yo estaba sobre el escenario. ¿No le parece a usted suficiente como para darme un aplauso?

-No señora- le dijo el espectador- Mi aplauso ha de ser libre y sincero, y si es por ese motivo, de la misma manera que alabo su trabajo, creo que su actitud no es digna de mi modesto homenaje.

-Hay que ser muy profesional para estar hoy aquí, señor mío.

-Le ruego me permita discrepar. Nadie es imprescindible, esta obra hubiera sido igualmente representada por la actriz secundaria que la compañía seguramente tendrá dispuesta por si surge un imprevisto.

-Yo me debo a mi público, ellos vienen a verme a mí, no a ninguna actriz secundaria.

-A mi criterio, señora, su sitio hoy no estaba en el escenario, sino en la cabecera de la cama de su padre. Podrá usted representar mil funciones como esta, pero en el último acto de la vida de su padre, no podrá volver a estar. Jamás podrá volver a tomar su mano, a decirle cuánto le quiere, a acompañarle en los últimos momentos como seguramente él le habrá acompañado tantas veces a usted en instantes importantes de su vida. En el teatro, otra persona podrá representar su papel, pero junto a su padre no puede sustituirla nadie. Y ahora, si me disculpa, le deseo a usted muchos éxitos y una larga carrera.

El hombre se fue dejando en el camerino una primera figura de la escena venida abajo.

Por su mente pasaron entonces momentos de su vida como si de una rapidísima película se tratase: su primera representación en un teatro infantil de la mano de su padre, su primer maletín de maquillaje hecho de madera por su padre, el primer ramo de flores en su camerino enviado por su padre, y tantos recuerdos que acudieron a su mente y que la hicieron sentirse tan pequeña como aquella niña temerosa que de la mano de su progenitor recorría los teatrillos callejeros porque ella quería ser artista y nadie la hacía caso, sólo su padre.

Al día siguiente, en la taquilla del teatro se podía leer un cartel: “Hoy, nuestra gran figura María Medina será sustituida por otra actriz debido a motivos familiares”.

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