Escribir sobre la influencia que el momento actual está teniendo en todos nosotros, es casi inevitable en estos días. Con frecuencia procuro resistirme poniendo buena cara al mal tiempo y enfocando la escritura de mis entradas con una mirada más optimista, pero a veces surge la idea y ya se sabe lo testarudas que son las ideas, no hay quién las detenga hasta que se convierten en letras.
Prometo la próxima más animada, aunque entonces, seguramente, perderá realismo.
LA VIDA
QUE NOS TOCA
Esta maldita crisis
acabará con todos nosotros.
No es que yo me pueda
quejar: estoy jubilado, cobro mi pensión (modesta, pero de momento llega
puntual), la casa ya la tengo pagada, que buen trabajo nos costó conseguirlo a
mi mujer, que en paz descanse, y a mí en aquellos años en los que la vida
tampoco era fácil, qué va, pero bueno, quitando de las faldas para las mangas
conseguimos salir adelante. Y ahora, cuando ya pensaba yo que los malos tiempos
habían pasado, resulta que nos toca vivir otra vez situaciones de miseria,
desesperación y hasta de hambre,
que a mí antes me gustaba ver el parte
mientras comía, y ahora, se le corta a uno la digestión con tantas penurias
como enseñan; si hasta en este barrio, que siempre fue un sitio tranquilo, han
empezado a asaltar las casas de los vecinos, que llevamos una temporada que no
ganamos para sustos: cuando no entran en la de uno, entran en la de otro, que
vive uno temblando del miedo que se tiene cada vez que se siente el menor
ruido. No me importa decir que me he hecho con una pistola, sí señor, que aún
no me tiembla la mano al disparar, de algo me tienen que valer tantos años
vistiendo el uniforme de policía ¿no? Mientras yo esté aquí haré todo lo
posible por mantener la paz en este sitio, no voy a permitir que nadie se
aproveche de lo que todos los vecinos hemos ganado trabajando honradamente, de
eso nada, como se me ponga algún sinvergüenza de esos al alcance, no voy a
tener la menor duda sobre lo que tengo que hacer, ya estamos todos cansados de
tanta violencia y tanta injusticia.
Y no lo siento por mí,
que al fin y al cabo, ya tengo el cuerpo hecho a las desgracias, lo siento por
los jóvenes, especialmente por mi hijo, claro. Toda la vida queriendo conseguir
lo mejor para él, para que no le faltase de nada, para que pudiese estudiar en
los mejores sitios a nuestro alcance, y ¿para qué? Para nada, para tener dos
carreras y estar sin trabajo, y lo peor de todo, sin esperanzas de conseguirlo.
Esto sí que me afecta ¿ves? Lo que tenga que venir por mí, que venga, pero ver
a un chavalón tan bien plantado, con esas espaldas tan anchas y esa
corpulencia, sin tener nada que hacer, solo enviar curriculums de esos a todos
los sitios, me desmoraliza, me hunde en una tremenda tristeza de la que me
cuesta salir, empiezo a verlo todo negro, a pensar en lo orgullosa que estaría
su madre si viese todo lo que ha estudiado, y en la pena que se ha evitado al
no saber el futuro que le espera, entro en un círculo vicioso y se me quita
hasta el apetito. Y eso a él no le gusta,
no quiere verme triste, no soporta
que yo me venga abajo, se siente culpable porque se da cuenta de que mi estado
de ánimo depende mucho de cómo esté él, es un buen chaval, claro que sí. Así
que trato de sobreponerme, y tirar de mi pellejo como puedo para no darle la
sensación de derrotado que a veces tengo de mí mismo, tengo que ser fuerte,
tengo que tener buen semblante y animarle, estoy convencido de que esta crisis
pasará como han pasado otras, y aunque sé que yo ya no lo veré (porque llevará
su tiempo salir de este hoyo) los jóvenes sí que vivirán tiempos mejores, si
logran superar estos años saldrán fortalecidos, verán cómo se vuelve a una
situación más normal; no digo yo que se vayan a atar los perros con longanizas,
pero, al menos, podrán tener un trabajo y dormir tranquilos cada noche sin que
nadie amenace su futuro constantemente.Tengo setenta y algún años, y puedo asegurar que me levanto cada día de la cama por mi hijo, para que me vea activo, para que, encima de lo que tiene, no tenga que preocuparse por tener un padre deprimido (ya que lo tiene, al menos que no se entere), porque cuando los planes que se han hecho para la vejez se truncan con la muerte de la compañera de viaje, la soledad se vuelve puñetera y va royendo los huesos por dentro, de ahí viene la artrosis, que no hace falta ser médico para saberlo, tanto como estudian y tanto dinero como gastan en experimentos, que se lo ahorren, ya se lo digo yo, las depresiones y las artrosis vienen de la soledad, y si no, mira cómo los jóvenes no están deprimidos, bueno, no lo estaban antes de este desastre de vida que tenemos ahora, esta vida que nos ha tocado vivir.
Además, a veces se
enciende una lucecilla en la oscuridad, un lucero del alba que permite tomar
aliento en este jodido camino. Mi chaval lleva unos días más animado, parece
que unos cuantos amigos han decidido juntarse para montar un taller de
reparaciones de televisiones, ordenadores y cosas de esas. Han alquilado una
nave, los van a buscar a las casas y los llevan para allí, para irlos
arreglando poco a poco.
Bueno, es una idea, ahora
fabrican las cosas para que duren poco, no como antes que nos duraba la nevera
treinta años, además, no está bien que yo lo diga, pero yo soy un manitas y lo
mismo reparo un horno que una cafetera, y mira, se ve que el chico lo ha
heredado, parece que no, pero lo que se ve se aprende, y de una familia como la
nuestra, siempre trabajadores y honrados, no podía salir más que un hijo
luchador y formal como él solo, aunque, sé que lo va a tener difícil en este
mundo donde los corruptos y los ladrones se están convirtiendo en un
desgraciado ejemplo al ver que salen impunes aunque les hayan pillado con las
manos en la masa, no es extraño que la gente decida tomarse la justicia por su
mano, ya está bien de tanto aprovechado como hay, yo, desde luego, no pienso permitir
que nadie venga a usurparme las cuatro cosas que me quedan en casa, ya bastante
nos roban los políticos. Menos mal que, de momento, en nuestra casa no han
entrado, pero por si se deciden, a mí no me encuentran desarmado, hasta ahí
podíamos llegar.
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Treinta y dos años, tengo
treinta y dos años y sigo viviendo en casa de mi padre, después de haberme
pasado años estudiando dos carreras superiores y tres máster, no he podido
pasar de miserables contratos en prácticas y temporales, me veo con noventa
años y todavía en prácticas. ¿Hay derecho a esto?
He visto toda mi vida a
mis padres sacrificándose para que yo pudiese estudiar, mi madre me hacía hasta
los jerséis para ahorrar porque el sueldo de policía de mi padre tampoco era
para hacer excesos. Cuando mis amigos estaban jugando al fútbol, yo me quedaba
estudiando química o matemáticas para que no hubiese ni un bajón en mi
brillante expediente académico, cuando mis compañeros de facultad se quedaban a
las espichas y llegaban a sus casas dando tumbos, yo estaba en mi cuarto
hincando los codos hasta las tantas para que mis notas finales me precediesen
el día que tuviese que buscar un trabajo, y cuando muchos de ellos colgaban los
libros para dedicarse a hacer alguna chapucilla que les permitiese ganar
dinero, yo seguía estudiando, ampliando mi formación y viéndoles pasar desde la
cola del autobús en sus flamantes coches (aunque fuesen de cuarta mano, para mí
eran flamantes coches) mientras las únicas matrículas que yo tenía eran las de
mis notas, que lejos de allanarme el camino, me han convertido en uno de esos
miembros de las generaciones mejor formadas de este país, o sea, en un parado
más. Eso sí, un parado con la pared del salón de casa (de la de mi padre,
claro) llena de títulos cuyos marcos tejía mi madre con altas dosis de ilusión,
madejas de sueños y kilómetros de ese futuro prometedor que mis padres soñaron
para mí. Los mismos títulos que he fotocopiado mil veces para presentarlos en
mil posibles puestos de trabajo, los mismos que al descolgarlos solo dejan un
hueco blanco en la pintura de la pared, como si quisieran recordarme que el
tiempo va pasando y ellos siguen allí, como yo, cada vez más mimetizados con su
entorno grisáceo, cada vez más inservibles.
Veo a mi padre
arrastrando la pena por la casa, tirando del dolor que le provoca la ausencia
de mi madre, un hueco que yo no puedo llenar, un vacío que lo único que estoy
haciendo es aumentar cada vez que me ve llegar con las manos en los bolsillos y
el periódico bajo el brazo, en busca de aquellos anuncios de trabajo que poco a
poco han ido desapareciendo de las páginas ahora necesarias para plasmar en
ellas pésimas noticias económicas y peores augurios de futuro.
¿Cómo le explico yo que
todo se debe a que la deuda pública ha aumentado? A que la prima de riesgo
sigue creciendo, a que el Ibex 35 vuelve a caer, a que los “amigos” de la
famosa troika (conjunto de siglas que maneja nuestras vidas) siguen empeñados
en ahogarnos poco a poco para que los de abajo paguemos los desmanes que
cometieron los de arriba, a los que ahora quieren rescatar a base de renuncias
a los derechos que habían ido consiguiendo mis bisabuelos, mis abuelos, mis
padres…
¿Con qué cara miro yo a
mi padre que siempre pensó que se premiaba el esfuerzo, que me enseñó que “el saber no ocupa lugar”? ¿Cómo le digo
que ahora no hay lugar para el saber, ni para la educación, ni para la cultura?
No puedo, no quiero
defraudarle, no me puedo permitir aumentar su tristeza viendo cómo cada día
sueña verme llegar con la promesa de un sueldo, de un trabajo de aquellos que
él conoció, que eran para toda la vida.
Ni en mis peores
pesadillas me hubiera imaginado en esta situación. Me pregunto qué hago con
todo lo que aprendí, cuándo podré llevarlo a la práctica, cómo haré para no
quedarme atrás sin haber iniciado siquiera la marcha, y sobre todo, qué hacer
para que mi padre no tenga que seguir manteniéndome cuando sería yo el que ya
debería de estar manteniéndole a él si lo necesitase.
Juro por mi vida que he
intentado todo lo que estaba al alcance de mi mano, que he ido bajando el
listón en mis preferencias laborales que poco a poco se han ido difuminando en
una única que resume todas: encontrar un trabajo, sea el que sea.
Todo se ha convertido en
un círculo del que no hay cómo salir y que lleva siempre al mismo origen: el dinero.
Sin él no hay inversiones ni a grandes niveles ni en pequeñas economías
domésticas que van reduciendo su presupuesto estoicamente y donde no queda
lugar para el menor exceso.
He llegado a falsear mi
curriculum a la baja, es decir, omitiendo mis titulaciones académicas, mi
formación en idiomas y mis máster, que
llegué a pensar que me estaban perjudicando en este absurdo mundo donde todo
parece estar al revés; me he sentido un miserable ocultando aquello de lo que
me había sentido tan orgulloso y en lo que mis padres habían invertido tiempo,
dinero, esfuerzo y sobre todo, ilusión.
No he podido más, y he
tirado por la calle del medio.
Todo me vale con tal de
ver a mi padre con una chispa de emoción al saber que tengo “trabajo”, todo con
tal de encontrarle más relajado en su vieja mecedora, con la taza en la mano,
como si más que café estuviese tomando una taza de esperanza.
Espero que un día la vida
me brinde la oportunidad de reparar el daño que ahora estoy haciendo, espero
ser capaz de volver a ir por la calle con la cabeza alta, de poder ser eso que
me enseñaron: “pobre pero honrado”,
espero conocer de nuevo un mundo en el que no haya que esconder la cultura, en
el que mis hijos (si un día les tengo) me conozcan por lo que fui antes y
después de este episodio de la vida que me tocó vivir.
DIARIO VESPERTINO
PARRICIDIO INVOLUNTARIO
Un hombre de treinta y dos años muere a consecuencia
de los disparos hechos por su padre que, al escuchar los gritos de socorro de
una vecina a la que estaban robando en su casa no dudó en ir a defender.
Acudiendo en ayuda de la mujer, el hombre se topó con una
figura vestida enteramente de negro y con pasamontañas a la que no dudó en
disparar, causándole la muerte por varias heridas de bala.
Cuando tras los disparos, el hombre se dispuso a
descubrir la cara a la víctima, se encontró con la trágica circunstancia de que
era su propio hijo.
Fuentes policiales han expresado a este diario que
llevaban algunas semanas recibiendo
denuncias de vecinos de la zona cuyas
casas eran desvalijadas por la noche. Según parece, el joven muerto y dos de
sus amigos habían creado una empresa ficticia de reparación de
electrodomésticos, que les servía de tapadera para su verdadero negocio, la
venta en el mercado negro de los aparatos sustraídos.
El fallecido permanece a la espera de la autopsia, y
los dos detenidos pasarán esta tarde a disposición judicial. El padre del joven
muerto tuvo que recibir atención sanitaria y permanece en observación.
SE ANUNCIAN NUEVOS RECORTES
Se prevé que continúen los recortes tanto en educación
como en política social, con lo que de nuevo veremos cómo se disminuirá el
número de docentes……………
-FIN-
Basado en un hecho real sucedido el 28 de Septiembre. Os dejo enlace a aquella noticia que inspiró este cuento:
Las situaciones que nos rodean se reflejan en todo lo que hacemos, mejor que salga en forma de escrito, es una hermosa manera liberar tensiones y sentimientos. Abrazos, princesa.
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