jueves, 31 de enero de 2013

ESTO TAMBIÉN SUCEDE



Tal vez con menos frecuencia, o tal vez nos enteramos menos, pero también ocurre y mucho más cerca de lo que imaginamos.

Este relato fue seleccionado y se publicó en el libro "Uno, nosotros, todos", que edita la Fundación de Derechos civiles, con motivo del certamen que convoca anualmente y en el que se admiten relatos y fotografías que ilustren su lema "Todos somos diferentes".





Siempre, siempre, mil gracias por leerme, nada tendría sentido sin unos ojos al otro lado de la pantalla.








("Incluso cuando se escribe para uno mismo, hay ocasiones en las que se necesita otro lector porque las palabras allanan caminos")


LA PUNTA DEL ICEBERG

Por primera vez la luna de mi cielo no era menguante,  y la sensación de poder caminar sin tener que ir pendiente de no tensar demasiado la cadena invisible que ataba mi cuello, me hacía sentir como un animalillo
al que le permiten dar su primer paseo fuera de la jaula.
            Temí que el corazón se me saliera del pecho al cruzarme con otras personas, seguramente que en mi cara podía leerse la inseguridad con la que caminaba, la oscilación de mis pasos y hasta el temblor de las manos que, incapaces de salir de los bolsos de la chaqueta, mantenían los puños apretados, tal vez queriéndose aferrar al vacío al que mi cerebro por fin, se había empeñado en saltar.
            No sé si la gente con la que me iba cruzando me miraba o no, porque no tuve valor para levantar la mirada del suelo, iba contemplándome insistentemente los zapatos cuyo pespunte serpenteante en el cuero me estaba aprendiendo de memoria.
            El viento me daba en la cara, removía mi pelo, seguramente hacía frío, pero yo no lo notaba, lo único que quería era llenar los pulmones con él, con aquel aire que tanto tiempo me había faltado,  y que de manera tímida se iba colando por cada uno de los poros de mi piel, asombrándose como yo, de poder ocupar mi interior sin ser eliminado de inmediato, porque hasta el oxígeno me había faltado todo aquel tiempo, aquel maldito tiempo que  ya era para siempre pasado, y que a pesar de tener sólo unos minutos de antigüedad tenía que empezar a parecerme muy lejano.
            Me detuve ante un escaparate y simulé fijarme en los artículos que exponían, pero lo único que contemplaba era la figura encogida cuyo reflejo me devolvía el cristal. Casi no me reconocía,  me costaba trabajo mirar de frente  y encontrarme con mis propios ojos, que desde aquella caricatura de lo que yo había sido, me recriminaban por haber caído tan bajo, por haber soportado tanta humillación, por haberme transformado en una marioneta absurda cuyos hilos se habían convertido en las sogas que habían estado a punto de ahogarme para siempre.
            Me tragué los reproches, así deshice el nudo que se me había puesto en la garganta, no era lógico que me pusiese a llorar delante de aquel comercio, la gente se iba a pensar que las ofertas que yo fingía mirar eran de pena.
            No era el momento de vapulearme, bastante anulada tenía ya el alma, durante tanto tiempo pisoteada y menospreciada que parecía un papel arrugado con saña y arrojado en la papelera sin piedad. Me iba a llevar mucha calma estirar cada una de aquellas arrugas, pero no tenía prisa, por fin el tiempo era mío, por fin mi vida era mía, había llegado el momento de erguir  mi espalda, levantar la cabeza y caminar de frente.
            A pesar de que la maleta que no llevaba me pesaba demasiado, tendría que aprender a caminar con ella, a convencerme de que todo lo que contenía en su interior, en mi interior, no era negativo, de que no era todo despreciable, de que al menos una persona ya era capaz de apreciarme: yo.
            Sí, yo, que durante siglos me había abandonado y por fin me reencontraba en aquel ser vulnerable y temeroso en el que me había convertido.
            Me paré delante del puesto de periódicos, en primera plana se repetía de nuevo la misma noticia, otra mujer asesinada a manos de su pareja, la cifra aumentaba cada día.
            “La punta del iceberg”, me dije, pensando en la cantidad de violencia que jamás saldría a flote, aquella que no necesitaba poner la mano encima, aquella que sin tocar un solo pelo del cuerpo era capaz de matar poco a poco, insidiosa, regocijándose en sí misma.
            -¡Caramba, Luis!- me dijo el hombre del puesto- ¿Dónde está tu mujer? ¿No estará enferma? Creo que es la primera vez en la vida que te veo sin ella.
            No me atreví a contestarle, no estaba acostumbrado a dirigirme yo solo a la gente.
            No, no estaba enferma, estaría en casa, tratando de recuperarse de la impresión que le había causado el desconocido sonido de mi primer “NO”,  de mi primer portazo, y de mi primera esperanza.

-FIN-


martes, 22 de enero de 2013

¿A ALGUIEN LE SUENA?



   A mí sí, porque lo he vivido un montón de veces, y de esa experiencia surgió este relato que quedó finalista en el Certamen organizado por la Fundación de Derechos Civiles, hace ya unos años, pero que sigue estando vigente, hay cosas que no caducan.

LA SOLIDARIA

Soy una persona solidaria, me gusta apoyar todas las causas a las que pueda aportar algo. Tengo en casa lazos de esos que se ponen en la solapa: de color rojo, de azul, de rosa... de todos los que hay tengo uno, y los llevo orgullosa de saber que así apoyo a alguien que lo necesita.
Ayudo económicamente a varias O.N.G. porque me parece que hacen una labor encomiable y que todos debemos alabar. Tengo tres niños apadrinados en Sudamérica, y dos negritos en África,  sus fotografías enmarcadas en plata presiden uno de los aparadores del salón, al lado de la que me hice junto al rey, junto al presidente de la lucha contra el sida, o junto a al de "mundos sin fronteras".
También envío generosas cantidades de dinero si hay una catástrofe en las que se requiere ayuda: un terremoto, un tsunami... todo eso. Doy limosna a los pobres y hasta compro pañuelos de papel en los semáforos, y eso que no los necesito.
Cuando tengo ropa que ya no pongo, la envío a centros cristianos para que la repartan a personas que la necesiten más, y sé que lo hacen, porque hace unos días, cuando salía de la misa de siete en la catedral, una de las mujeres que estaba pidiendo llevaba uno de mis trajes de marca, desentonaba un poco, pero al menos no pasaba frío.

Pero no sé si merece la pena todo esto.
La semana pasada me quedé sin servicio en casa y recurrí a una agencia de esas que te envían a gente con buenos informes. No me importa pagar lo que sea con tal de que me recomienden a alguien. ¿Cuál no sería mi sorpresa al ver la lista de personas entre las que pretendía que escogiese?
Dos madres solteras, que descarté inmediatamente, porque no creo que su moral sea la adecuada.
Dos divorciadas, seguramente mujeres polémicas y poco dóciles.
Tres extranjeras que ni consideré, porque vamos,  esta gente que a la primera de cambio dejan a su familia tan lejos, ¿cómo se portarían con la mía?
Y una que provenía de un centro de esos de desintoxicación, seguro que con alguna enfermedad contagiosa o algo peor.
Bueno, pues viene mi hija y me dice que soy una racista y una xenófoba. ¿Se puede creer?
Será mejor estar por ahí, convertida en una de esos "perroflautas" protestando todo el día y reclamando la luna. 
Yo no sé adónde vamos a llegar con esta juventud tan descarriada.
¿Racista y xenófoba yo?
¡Señor, señor!




Por desgracia, no es un relato ficticio, podría dar nombres y apellidos de personas que, sin ser mala gente, están convencidos de que son solidarios, aunque fuera de la ayuda económica (que también es importante) son incapaces de mover un dedo por nadie.

domingo, 13 de enero de 2013

POESÍA PARA PRÍNCIPES QUE SE CREEN DESTRONADOS


   Habrá quien piense que tengo una cierta querencia por la realeza. Bueno, si entendemos por realeza esos pequeños reyes y reinas de nuestras casas, pues sí, son mi debilidad.
    Y hay momentos en los que su tranquilidad se ve alterada por la llegada de otro "heredero" al que ven como una amenaza para el lugar central de la familia que, normalmente, ocupan.
     Se me ocurrió escribir un pequeño poema para hacerles sentir un poquito mejor, tal vez esa sea una forma de orientarlo, haciéndoles sentir mayores, importantes y necesarios.
     A ver si os gusta.


MI HERMANO PEQUEÑO




Quiero jugar con mi hermano
pero es pequeño y no sabe,
sólo chupa su chupete
y llora si tiene hambre.
                                                                
Quiero leerle mis cuentos
pero no sabe escuchar,
no hace caso cuando hablo
ni me deja terminar.

Me mira desde su cuna,
me aprieta fuerte la mano,
pero no me dice nada,
¡Qué pequeño que es mi hermano!


Lleva puestos los pañales
porque no sabe ir al baño,
toma solo biberones
y no tiene ningún año.


No sabe jugar a la oca,
ni a muñecos o a correr,
ni siquiera tiene dientes,
no sé cómo va a comer.

“Pero no te preocupes,
tú también naciste así,
-dice papá muy contento-
se parece mucho a ti”

Sé que tengo que cuidarle,
cantarle alguna canción,
y enseñarle muchas cosas
porque yo las sé mejor.

Bueno, pues que se despierte,
que duerme como un lirón,
y yo tengo que contarle
que soy su hermano mayor.


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lunes, 7 de enero de 2013

EMPEZAMOS EL AÑO ESCRIBIENDO


     Pues sí, seguramente que es la mejor manera de comenzar el camino, escribiendo, soñando proyectos que, tal vez salgan adelante o tal vez no, pero ilusiones que no falten.

    Vamos a ello. Primer relato del año.

 LA CASONA

          Nada más que el hombre ha abierto las ventanas para que entre la luz, el salón ha quedado cubierto por una pesada capa de recuerdos.

            A mi mente ha venido la imagen del mueble que ocupaba toda la pared derecha y que, repleto de libros de todos los tamaños y grosores imaginables, albergó en sus oscuras estanterías las historias que ilustraron mi infancia. A la derecha del mueble, la chimenea, ahora ennegrecida y fría, como una enorme boca que se hubiese tragado todos los momentos de los que fue caluroso testigo. Delante de ella tenía lugar la lectura diaria de aquellos cuentos que sin la voz de mi madre no hubiesen sido los mismos, cuentos que cuando leíamos mi hermano y yo eran tan aburridos que no conseguíamos llegar ni a la mitad, pero que cuando ella salpicaba de sonrisas, voces de distintos personajes y aquella entonación especial que ponía al leer, cobraban vida y no nos cansábamos de escuchar.